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Este inverosímil relato; ocurrió justo en el mismo tiempo en que surgió el caserío de
remolinos sobre la margen izquierda del rio Caguán. Esta extensa zona selvática,
comenzó a ser desmontada para el cultivo de la coca, trayendo consigo el
asentamiento de muchas familias venidas del interior del país.
Cierto día, caída ya la tarde, arribó un bote en el que llegó a la región, un hombre alto
de contextura atlética, de aire arrogante y guapo.
Durante las mañanas salía al igual que todos, al trabajo de rutina en los plantíos del
ilícito para comandar una cuadrilla de los llamados raspachines (persona encargada
de recoger la hoja de coca). En las tardes se dedicaba a conquistar cuanta mujer
había en el pueblo; nunca respeto jovencitas, ni demás; aunque las preferidas eran las
mujeres casadas.
En las noches saltaba cercas y solares y violentaba las puertas para llegar hasta
ellas, sintiéndose así el superhombre de la región, sumergido en la más amplia y
desmedida vida mundana. Esta acción monto en cólera a los hombres de la región que
decidieron acabar con la vida del arrogante varón; a pesar de su valentía fue vencido
en franca lid.
Desde entonces el espíritu del “embotado” como lo llamaban, visita durante las noches
de luna llena el tibio lecho de las mujeres que en otrora frecuentaba, convirtiéndose
en espanto caracterizado por el ruido que originaba las botas llenas de aguas al
caminar.
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Especialista MANUEL JOSÉ MEJÍA BECERRA