Page 99 - Cómo aprendimos a volar (II Edición)
P. 99

Si una misma no abre la puerta para respirar, para encontrarse con más personas,
siempre va a estar encerrada y se pierde el verdadero valor de la vida. Abrir esa puerta es disfrutar una nueva forma de vida, es como nacer de nuevo, es como sostener el hilo de una cometa, esperando
el momento, a veces hay que esconderse de alguna tormenta, pero nunca aban- donar el deseo de volar.
Cuando era niña,
mi cometa siem-
pre volaba, cuando
corría por las
pampas, silbando, jugando con el viento, cantando, gritando, en fin, libre. Eso era vida, total libertad. Pero poco a poco, como el candil sin combustible, se fue disolviendo esa libertad y en algún momento sentí que mi cometa dejó de volar. Creo que es porque mientras crecía tenía que cumplir roles espe- cíficos como niña, al ser parte de una sociedad machista que
engloba, como una peste o una enfermedad contagiosa, a la familia y a la comunidad. Esta enfermedad se quedó formando parte de la normalidad, del tra- bajo, del comportamiento y del trato a la mujer. El comportarse correctamente como mujercita, se convirtió en quedarse con
silencios, sin expli- cación y sin res- puestas, llevando a la desilusión y hasta al rechazo de ser mujer.
La fuerza para mantener sujeto el hilo de mi cometa, como la luz que por una grieta alumbra
la oscuridad, era el deseo infi- nito de estudiar y salir del sis- tema de servidumbre que venía desde mis abuelas y abuelos en las haciendas patronales, sumado a la desmedida pobreza familiar.
Desafiando a las condicio- nes y creencias familiares de que “hay que vivir trabajando en el campo, no hay plata para estudiar” ingresé a un colegio
 “El comportarse correctamente como mujercita, se convirtió en quedarse con silencios, sin explicación y sin respuestas”
  97
 



















































































   97   98   99   100   101