Page 159 - El manuscrito Carmesi
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Antonio Gala Descargado de http://www.LibrosElectronicosGratis.com/ El manuscrito carmesí
lo represento. Pero si consideráis igual estar enfermo que muerto, proclamad ahora mismo
rey a su hijo. Tened la seguridad de que con ello servís al sultán que Dios os deparó, un
héroe que se recuperará en el reposo de la playa, y regresará con la espada en la mano (no
lo olvidéis) a sentarse en su trono.
Después de una reunión provocada por Benegas y sus parciales, todos los hombres
que significaban algo en Granada llegaron a un previsible acuerdo: a nadie convenía ni un
rey moribundo, ni un rey niño.
—Tenemos a la mano —gritó el tornadizo Benegas— a quien puede proporcionar más
beneficios a este Reino. En estos mismos momentos está postrado ante Dios en la mezquita
de la Alhambra.
Corrieron los reunidos y llegaron a tiempo de ver salir de ella al “Zagal” y montar a un
caballo, en el que se disponía a ir a Salobreña a cumplimentar a su hermano. Sin dejarlo
siquiera descender la Sabica, allí mismo lo proclamaron sultán.
“El Zagal” toleró en la Alhambra la presencia de Soraya y de sus hijos, aun cuando su
lugar estaba junto al enfermo. No tardó, sin embargo, en comprender que la intención de
Soraya era seducirlo y contraer matrimonio con él, a costa incluso de envenenar al sultán
agonizante; estaba más dispuesta que nunca a proseguir su carrera. Ante tan incorregible
actitud, mi tío la envió a Salobreña con sus dos hijos, y poco después, cuando se convenció
de que nada restablecería la salud del sultán, aconsejado por los médicos que encontraban
más saludable para él el clima de Mondújar, lo trasladó allí con su familia. [Uno de mis
partidarios, al que me resisto a dar crédito, me asegura que si permitió a Soraya quedarse
en la Alhambra, e incluso él —no ella— habló de matrimonio, fue para que le descubriese en
dónde había escondido los tesoros reales, imprescindibles para continuar la guerra.] Ante
las primicias de un sultán bravo, querido y no impuesto por innobles maniobras, Granada
estalló de júbilo; con todo, una pequeña parte del Albayzín continuaba siéndome fiel. El
alzamiento del “Zagal” al trono alegró también al rey Fernando, que veía así aún más
dividida nuestra monarquía.
La única duda que le queda es cuál será el momento justo, por más dañino para
nosotros, de librarme y echarme a pelear contra mi tío y contra los legitimistas partidarios de
mi padre.
Su alegría se enfrió un tanto con la primera hazaña del “Zagal”, que justificó con ella
las esperanzas en él puestas. Al iniciar Fernando su campaña estival, aunque tardía, decidió
comenzarla por la Vega. Envió por delante su vanguardia al mando del conde de Cabra,
quien escogió el camino de Moclín. Pero “el Zagal” adivinó el regate, y acudió al remedio
con rapidez y un fuerte contingente de soldados. Tras una áspera batalla, la derrota del
conde fue terrible.
Destrozado su orden, la mayor parte de los cristianos pereció en un barranco que los
nuestros titularon de la Matanza, y el mismo conde salió mal librado y herido. Por
añadiduras, mi tío, para demostrar su insolente valor, tuvo la osadía de retar al rey cristiano
y de acampar dos días seguidos en el lugar de su victoria por si Fernando tentaba aceptar
su reto y vengar el notorio descalabro de uno de sus capitanes predilectos. En realidad, el
vengado en el conde de Cabra he sido yo.
Nasim me comunica —y copio su carta casi literalmente— que, si la campaña cristiana
hubiese dependido de Fernando, se hubiese postergado hasta la siguiente primavera. A la
derrota de Moclín se añadieron la enorme mortandad que la peste causa en Sevilla, donde
se entierra a la gente amontonada, y el malestar y la tristeza de la Cristiandad entera. Pero,
según se dice, la reina Isabel, para fortificar el ánimo de sus súbditos y encender su
poquedad, a caballo delante de los soldados, les exhortó:
—Hijos míos castellanos y aragoneses, quiero poner en vuestras armas la dicha de
nuestros reinos. De ahora en adelante, ni Castilla ni Aragón se conformarán con inestables
treguas, ni con parias que puedan ser negadas a la primera coyuntura. Con la vista puesta
en vosotros y en vuestras familias, arrodillados ante la voluntad de Dios, el rey y Nos
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