Page 242 - El manuscrito Carmesi
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Antonio Gala Descargado de http://www.LibrosElectronicosGratis.com/ El manuscrito carmesí
—Como hasta mis monturas estarán contadas —le sonreí—, me atrevería a pedir
cuatro acémilas buenas y dos mulas, que sea la una de ellas alta y ancha, para que pueda
sufrir a El Maleh, que es también alto y ancho.
Rió don Gonzalo y dijo:
—Ya El Maleh tendrá mulas que lo lleven, según lo que ha sacado de los reyes; pero
se hará como decís, aunque tenga yo que pagar esa mula que cargue con el peso del más
grande traidor.
—Unos con otros, allá se van todos. Y, por fin, don Gonzalo, hablad con vuestra reina,
a la que tanta afición tenéis como ella os tiene a vos. Todo lo pactado se escribió para ser
cumplido en el plazo que se concierte; pero ¿y si no se llega a un concierto en el plazo? ¿Se
deshará lo que con tanto esfuerzo hemos conseguido? ¿No tendremos siquiera sesenta
días para ordenarlo todo desde aquel en que se firmen las capitulaciones?
—Yo, que vine a veros en mi nombre, no en el nombre de nadie, me vuelvo al
campamento lleno de recados que dar en nombre vuestro.
Me miraba y se sonreía. Yo le repuse:
—A los hombres y a los reyes se les mide en la derrota, dijisteis antes; pero se les
mide también en la manera de saber ganar.
Yo era un adolescente cuando os vi por vez primera. Mi padre os recibía con otros
caballeros. Los temas fueron entonces muy distintos; pero algo dentro de mí me dijo que
vos erais también distinto de los otros. Aquella primera vez no me engañé... Hoy es la última
que nos vemos a solas.
—¿Quién puede asegurarlo? —me interrumpió.
—Cualquiera, don Gonzalo.
Habría deseado que a esta conversación asistieran, detrás de esos tapices, los míos y
los vuestros.
La verdadera historia de esta Península que es una piel de toro va a terminarse ahora;
sé que no estáis de acuerdo, pero así es.
Ahora vendrán capítulos dorados en que nosotros no estaremos. Digo nosotros, y me
refiero a los musulmanes; vos sí estaréis como protagonista.
—¿Cómo no vais a estar? Se os respetan todas vuestras diferencias de una en una: lo
habéis firmado vos.
—No estaremos. Vuestros reyes se encuentran demasiado seguros de sí y de lo que
quieren; los criados nunca marcan la conducta de la casa. Y, sin nosotros, la historia de
España será otra. Cristianos y musulmanes, durante ocho siglos, hemos vivido y muerto los
unos por los otros; nos hemos observado, odiado, perseguido, imitado; hemos convivido.
¿Cómo viviréis ahora sin el otro, en qué espejo miraros, qué Granada añorar, qué Paraíso
perdido para reconquistar, qué quiméricos jardines echar de menos en medio del invierno?
Tendréis nostalgia de nosotros, porque no sabréis qué hacer con Granada...
Todo lo que colorea nuestra vida, la nuestra, se considerará pecado y crimen: la
variedad de los amores corporales, la pasión esencial por este mundo, el refinamiento y la
indolencia. ¿Qué será, fuera de ellos, Granada, sino un bien decorado túnel que no
conducirá a ninguna luz? Vuestras plegarias han sido concedidas: quizá eso es lo peor que
a un pueblo guerrero le puede suceder; ahora tendréis que inventaros aventuras nuevas,
nuevos proyectos inimaginables, enemigos diferentes. Porque, ¿qué es Castilla sin
enemigos, don Gonzalo?
—Rompió a reír—. Vos y yo, en esta helada noche, representamos la verdad
verdadera: el frío de Granada y, en él, el abrazo de los dos contrincantes. Para los demás se
queda la calidez embalsamada de una ciudad que tantos siglos anhelasteis, y que es
mentira, y el asalto y el poderío con el que la adquirís, que también es mentira.
Para los demás se quedan Dios y Santiago, las banderas al viento, la cruz sobre los
minaretes, el “plus ultra” y la Y y la F de vuestros reyes rompiendo la geometría de nuestro
alicatado; es decir, la fanfarria y la excitación. Aquí todo se ha reducido a una forzada
operación de compraventa; para que todo siga lo más parecido posible a lo que hay,
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