Page 50 - El manuscrito Carmesi
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Antonio Gala Descargado de http://www.LibrosElectronicosGratis.com/ El manuscrito carmesí
me la arrebata, abdica de tal preferencia como si su interés se cifrara siempre en otra cosa.
Es decir, yo, con más dedicación, consigo menos de lo que él abandona una vez que le es
dispensado sin esfuerzo.
Tiene los ojos muy oscuros y las pestañas largas y vueltas, lo que da a su mirada un
tinte pensativo y profundo, que contrasta con sus cabellos claros y su boca sonrosada y
riente. Y siempre, aún hoy, ha tenido un aspecto infantil muy atractivo, entre indefenso y
provocador —con su nariz corta y un poquito remangada—, junto a una fuerza física
impresionante y una aventajada estatura. Creo yo que todas las mujeres de Granada, si
fuesen tan sinceras como las niñas que nos rodearon, admitirían que se mueren de ganas
de ser besadas por Yusuf.
Quizá parezca que siento por él una debilidad inmoderada. Me congratulo de que lo
parezca porque es cierto. Mi vida entera, no sólo mi infancia, habría sido otra —más
tenebrosa y menos rica— de no ser por la existencia de Yusuf a mi lado. Sus ocurrencias,
sus iniciativas, su continuo invento de juegos y aventuras, su afición a los secretos
compartidos, su amor por los animales y las plantas, han sido la atmósfera que he respirado
durante los no muy abundantes momentos de oro de mi niñez. En él he tenido una fe ciega;
no recuerdo haber hecho nada que no le haya contado, o que no hubiese deseado contarle.
Sólo el episodio del Tío Abu Abdalá en Salobreña lo reservé para mí, no por lo que significó,
sino porque no habría sabido cómo contárselo ni qué consecuencia sacar; ni quizá Yusuf
habría querido oírlo: él no es inclinado a dar soluciones, ni a meditar sobre los hechos.
Probablemente me habría aconsejado olvidarlo, y él mismo lo habría olvidado de inmediato.
No tientan a Yusuf los proyectos a largo plazo, ni el arreglo de la vida de nadie, ni de
la propia: vive cada hora con la mayor intensidad, y se entrega al presente, sin preguntarse
cómo ha llegado, ni cómo y cuándo concluirá. Cuando los habitantes de la Alhambra
coincidían en que mi padre iba a elegirme sucesor oficial, comenté con Yusuf cuánto habría
ganado el Reino teniéndolo a él por rey. Casi se asfixia con las carcajadas.
—Si soy como soy, no es por haber nacido así —me replicó al cesar de reír—, sino por
la absoluta certeza de que nunca seré rey.
Sólo imaginar que alguien dependiera de mí, me haría cambiar de modo de obrar y de
pensar, si es que he pensado alguna vez. ¿O no te das cuenta de que soy el mayor
irresponsable que hay en toda Granada?
A pesar de ser tan contrarios, o quizá por eso, tenemos muchas afinidades. Una
ojeada nos basta para comprobar que los dos nos hemos interesado por la misma
muchacha, o que a los dos nos están emocionando las luces de un atardecer, o la grácil
curva con que se reclina una flor, o la fábula que alguien nos relata. En este mismo instante
pienso en Yusuf, más separado de mí que nunca, y lo echo de menos, y sé que él me
echará de menos a mí, y es suficiente eso para aproximarnos. Comprendo que nuestras
mujeres puedan tener celos de esta reciprocidad, porque no hay ningún sentimiento en este
mundo que yo anteponga al nuestro... Hoy evoco colores que no sé dónde vi, ni qué los
sustentaba: vagos azules, verdes incipientes, rosas ya decaídos; son como los colores de
un antiguo amor, de una vida ya exhausta, de un breve día pasado.
Evoco colores tan difusos como el aroma de un jazmín marchito —¿y quién puede
evocar un aroma?—, tan indescifrables y móviles como la sombra de una nube por tierra o
el reflejo de una cara en una alberca.
Y, sin embargo, sé que yo vi tales colores junto a Yusuf, y que me llenaron de una
alegría que se multiplicaba al ser común, y que cubrían un cuerpo armonioso, o perfilaban el
vidrio de un vaso, o trazaban la línea de un paisaje, o bordeaban unos ojos, que Yusuf y yo
vimos en el mismo instante y de idéntico modo. Y sé además que es muy probable que
Yusuf ya los haya olvidado, y no me importa; fue verlos con él lo que los ha hecho para mí
inolvidables.
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