Page 56 - El manuscrito Carmesi
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Antonio Gala Descargado de http://www.LibrosElectronicosGratis.com/ El manuscrito carmesí
“Din”, encantado con la nueva postura, que le permitía alternar conmigo con más
comodidad, se puso a retozar a mi alrededor. Le reñí, y hasta le sacudí con mi cíngulo, cosa
insólita —yo lo mimaba mucho—, que hizo que Yusuf, desde lejos, me mirase con
extrañeza. Pero yo quería que todos me dejaran en paz. Estaba alterado sin saber por qué;
temía parecer demasiado pueril al muchacho de la casa, que, por otra parte, no me llevaba
más de un año o dos.
—Si no molesta. Déjalo. Es muy lindo —dijo mientras acariciaba a “Din”.
Su mano, sacudida por los movimientos de simpatía del perro, rozaba de cuando en
cuando mi muslo, aunque con discreción se retiraba. O con una recalcada discreción. Yo no
sabía ni qué quería yo, ni si había que querer algo.
Sólo sabía lo que quería “Din”: jugar con cualquiera; y lo que quería Yusuf, que me
hacía señas de que lo siguiese fuera del salón.
Pero me hice el distraído, y permanecí inmóvil. Sentí que mis mejillas se habían
ruborizado y que mi cuerpo despedía calor. La música sonaba cada vez con mayor
alborozo. El tiempo se detuvo, o quizá corría más de prisa. Porque ahora cantaba un
muchachito, con no más de nueve años.
—Es hijo de un herrero —me comentó Husayn, en voz tan baja que me tocaba la oreja
con los labios—. Ya verás qué bien canta.
“Quiero sorberle el labio a una copa, ya que no me dejas sorberte a ti los labios.
No es un refresco el beso, sino una brasa al rojo.
Ay, nadie es tonto hasta que se enamora”.
Husayn, con cortesía, tomó la copa de mi mano y bebió, mirándome, un sorbo de ella.
Luego me la devolvió, y yo, sin darme cuenta apenas, bebí también. Dentro de mi corazón
revoloteaban mariposas; tan fuertes eran sus latidos que me asombraba de que la música
continuara oyéndose. Husayn me cogió la mano con la que yo sostenía la copa, y la atrajo
hacia él. Creí que iba a beber de nuevo, pero no: acercó su boca y me besó la mano.
Luego susurró:
—Porque he besado tu mano, los reyes me besarán la mano.
Y clavó sus ojos en los míos.
Yo escuchaba la risa de Yusuf, que se había refugiado con otros muchachos en un
salón cercano. Y pensé que él no entendería lo que me estaba sucediendo, sencillamente
porque no lo entendía yo, ni sabría explicárselo.
“Mi corazón” —cantaba— “a pesar del invierno, con el amor y el vinillo palpita.
No he de atrancar la puerta de mi casa por si quien yo me sé viene esta noche”.
—¿Es que las copas tienen vino? —pregunté a Husayn vuelto hacia él.
Eso hubiese justificado mi malestar y mi bienestar. Vi su cara de frente: era agraciado,
con ojos chispeantes; los dientes le asomaban entre unos labios frescos.
—No —contestó, y añadió sonriendo—: las copas, no. Hay vino en todo lo demás. Tu
hermano es cautivador y más audaz que tú.
¿Sabes lo que hace? Fuma hachís ahí dentro. ¿Te atreves tú a fumar?
—Prefiero quedarme aquí —musité; pero Husayn no me oyó.
—¿Qué has dicho? —preguntó acercándose aún más.
—Que prefiero quedarme aquí.
—Yo también —insinuó. Y puso su mano sobre la mía—. Aunque estaríamos mejor en
otro sitio.
—¿Dónde? —le pregunté.
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