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IV.
LA FAMILIA.
pesar del aspecto fantástico con que la
casa se presentaba á la sencilla imagi-
nación de los aldeanos, dentro de ella
se pasaba la vida todo lo más tranquilamente
que se puede pasar en el mundo. Sin embargo,
el señor de Llanoverde llevaba allá en el fondo
de su alma un disgusto que nublaba las pacífi-
cas horas de su existencia. Porque á los treinta
años de casado, y cuando su edad se iba acer-
cando á los setenta , se encontraba sin más he-
redero que una hija única y si el buen señor
;
se decidió al fin á casarse, fué, ni más ni menos,
que por tener un hijo que llevara su nombre.
No se podía conformar con la idea de ser el
último varón de su raza y veía interrumpida
,
la línea recta de la familia , que , por la antigüe-