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VII.
LA MUERTE.
sí transcurrieron tres años , sin que nin-
gún suceso extraordinario alterara la paz
de la casa. Bernarda crecía como crecen
las flores en la Primavera , y poco á poco se fué
acostumbrando á la gravedad de su tía y á la
seriedad de su prima. En cuanto al señor de Lla-
noverde, le parecía algo más accesible , porque,
aun cuando tenía también su alma en su almario
y cara de pocos amigos , solía alguna vez ponerle
la mano sobre la cabeza , diciéndole
— ¡Hola, señorita! Se está V. haciendo una
guapa moza.
Este halago le hacía sonreír mas el señor de
;
Llanoverde no veía en esa sonrisa más que la
complacencia que toda mujer experimenta al oir
decir que es hermosa, aunque no lo sea.
Un día Magdalena no acudió á la hora de co-