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2IO OBRAS DE SELGAS,
ron mirando con la misma admiración y el mis-
mo asombró. Habría sido difícil averiguar , por
la expresión de los semblantes, cuál de los dos
era el más sorprendido.
El señor de Llanoverde se restregó los ojos,
y apretando los puños como si quisiera contener
la cólera repentina de que se hallaba poseído,
prorumpió, diciendo:
— ¡Bravo.... señor Martín.... bravo!.... ¿Le
parece á V. hazaña digna de premio haber
venido á despertarme?
— ¡Señor !....—exclamó Martín, con rostro
atribulado.
— ¡Treinta años á mi servicio.... treinta años-
ai servicio del señor de Llanoverde, es un honor
que se paga de esta manera! ¿No sabes, bribón,
que mi sueño es inviolable?....
Al pronunciar las últimas palabras se echó
fuera de la cama, en ademán de hacer un ejem-
plar castigo : Martín retrocedió algunos pasos,
exclamando
— ¡Señor!.... Es.... que....
— ¿Qué? (le' preguntó su señor.) Vamos,
¿qué?....
Y se cruzó de brazos , dispuesto á agotar toda
su paciencia.
Eí criado se rascó la frente , arqueó las cejas,
y como quien al fin echa por medio , exclamó
,
— Señor . ¡el fantasma
¡ ! . . .