Page 315 - Fantasmas
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Joe HiLL



            —La otra  noche  me  echaron  algo en  la salsa  de almejas
      —continuó  mi padre—.  Y tuve  tal diarrea  que pensé que  me
      iba a morir.  Y la ropa  llegó de la lavandería  con  unas  extrañas
      manchas  blancas.  También  fueron  ellos.
            Mi madre  rio.  He oído  alguna vez  que  los perros  tienen
      seis clases  diferentes  de ladridos,  cada uno  con  un  significado:

      intruso,  quiero jugar,  necesito  orinar...  Mi madre  tenía  todo
      un  repertorio  de risas, cada una  con  un  significado y una  iden-
      tidad  inconfundibles,  y todas  ellas  maravillosas.  Ésta, convul-
      sa e incontenible,  era  con  la que reaccionaba  a los chistes  esca-

      tológicos;  también  a las acusaciones,  o cuando  la sorprendían
      haciendo  alguna travesura.
            Reí con  ella, ya sentado  y más  relajado.  Por un  momen-
      to su  expresión había sido tan  grave  que olvidé  que todo era  un
      juego. Se inclinó  sobre  mi padre y le pasó un  dedo por los la-

      bios, haciendo  el gesto  de cerrar  una  cremallera.
            —Déjame  contarlo  a mí —dijo—.  Te prohíbo  que digas

      nada  más.
            —Si  tenemos  tantos  problemas  económicos  —intervi-
      ne  y0o—,  podría irme  a vivir  con  Luke  durante  una  tempora-
      da —«y  con  Jane»,  añadí  mentalmente—.  No  quiero  ser  una
      carga  para la familia.
            Mi madre  me  miró  de nuevo.
            —No  es  el dinero  lo que  me  preocupa.  Mañana  vendrá
      un  tasador.  En casa  del abuelo  hay antiguedades  de mucho  va-
      lor, cosas  que  nos  dejó en  herencia.  Vamos  a ver  si podemos
      venderlas.
            Mi abuelo,  Upton,  había  muerto  el año  anterior  de una
      forma  de la que no  nos  gustaba hablar, una  muerte  que no  ca-
      saba en  absoluto  con  su  vida, como  un  final de película de te-
      rror  en una  edulcorada  comedia  de Frank  Capra, un pegote.  Se
      encontraba  en  Nueva  York,  donde  tenía  un  apartamento  en
      uno  de los edificios  de piedra rojiza típicos  del Upper  East



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