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al televisor y sólo se había despertado el tiempo necesario para acostarse en la
cama.
--¿Te traen a casa, Bevvie?
--Sí. El padre de Bill Denbrough nos llevará a unos cuantos.
La señora Marsh pareció súbitamente alarmada.
--No habrás salido con un chico, ¿verdad, Bev?
--No, por supuesto -dijo Bev, mirando por la arcada hacia el comedor donde los
otros rodeaban el tablero de Monopoly. "Pero me gustaría que así fuera", pensó
mientras agregaba-: Chicos, puajj. Lo que pasa es que aquí abajo todas las
noches hay un padre o una madre que se encarga de llevar a los chicos a su casa.
Eso, al menos, era cierto. El resto era una mentira tan atroz que se ruborizó en
la oscuridad.
--Bueno -dijo la madre-. Sólo quería estar segura. Porque si tu padre te pilla
saliendo con muchachos a tu edad, se pondrá furioso. -Como si lo pensara mejor,
agregó-: Y yo también.
--Sí, ya lo sé.
Bev seguía mirando hacia el comedor. Lo sabía, sí. Y allí estaba, no con un
chico sino con seis, en una casa donde los padres habían salido. Vio que Ben la
miraba, preocupado, y le esbozó una sonrisa. Él, aunque ruborizado, le devolvió el
saludo.
--¿Estás con alguna de tus amigas?
"¿De qué amigas me hablas, mamá?"
--Eh, sí, está Patty O.Hara. Y creo que también Ellie Geiger. Está abajo, jugando
al ping-pong.
La facilidad con que mentía la avergonzó. Habría preferido hablar con su padre;
le habría dado más miedo, pero menos vergüenza. Eso debía significar que no era
muy buena.
--Te quiero, mamá -dijo.
--Y yo a ti, Bev, -Su madre hizo una pausa antes de agregar-: Ten cuidado. En el
diario dicen que puede haber otro caso. Ha desaparecido un chico llamado Patrick
Hockstetter. ¿Lo conoces, Bevvie? Ella cerró los ojos por un instante.
--No, mamá.
--Bueno... adiós, cariño.
--Adiós.
Se reunió con los otros ante la mesa y jugaron al Monopoly durante una hora.
Stan fue el ganador.
--Es que los judíos somos estupendos cuando se trata de hacer dinero -dijo
Stan, mientras instalaba un hotel y dos grandes negocios en pleno centro-. Todo el
mundo lo sabe.
--Jesús, hazme judío -dijo Ben.
Y todos rieron, porque Ben estaba casi en la quiebra.
De vez en cuando Beverly miraba a Bill, observando sus manos limpias, sus ojos
azules, el fino pelo rojo. Mientras él movía el pequeño zapato plateado que usaba
como marcador, pensó: "Si él me tomara la mano, me sentiría tan feliz que podría
morir." En el pecho se le encendió, por un instante, una cálida luz. Sonrió en
secreto, mirándose las manos.