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Si había algo de lo que Bill estaba seguro era de que habían llegado a una
                sección fuera de uso dentro de la red cloacal. Todas las tuberías activas habían
                quedado más atrás o más arriba. El rugido del agua se había reducido a un rumor
                lejano. Esas galerías eran más viejas; no estaban hechas de cerámica horneada,
                sino de algo parecido a arcilla que a veces supuraba un fluido de olor
                desagradable. El hedor del excremento humano (esos gases densos que habían
                amenazado con sofocarlos) había desaparecido, pero lo reemplazaba otra fetidez,
                amarilla y antigua, que resultaba peor.
                   A Ben le pareció el olor de la momia. Para Eddie, aquello olía a leproso. Richie
                lo comparó con una viejísima chaqueta de franela, ya enmohecida y en
                putrefacción; una chaqueta de leñador, muy grande, como para un personaje
                como Paul Bunyan. Para Beverly, eso olía como el cajón de los calcetines de su
                padre. En Stan Uris despertó un horrible recuerdo de su más temprana infancia,
                recuerdo extrañamente judío, considerando que él sólo tenía una difusa
                comprensión de su propio judaísmo: olía a arcilla mezclada con aceite y le hizo
                pensar en un demonio sin ojos ni boca llamado el "Golem", un hombre de arcilla
                que los judíos renegados habían convocado en la Edad Media para que los
                salvara de los "goyim" que les robaban, violaban a sus mujeres y los expulsaban.
                Mike pensó en el olor seco de las plumas en un nido muerto.
                   Cuando llegaron al final de la estrecha tubería, se deslizaron como anguilas por
                la curva superficie de otra que formaba un ángulo oblicuo con la anterior. Por fin
                descubrieron que podían ponerse de pie. Bill palpó las cerillas que restaban:
                cuatro. Apretó los labios y decidió no decir a los otros que estaban a punto de
                quedarse sin luz. No lo haría mientras no fuera necesario.
                   --¿Có-có-cómo vais?
                   Respondieron con murmullos y él asintió en la oscuridad. No había pánico, nadie
                había llorado desde el arrebato de Stan. Eso estaba bien. Buscó las manos de sus
                compañeros y permanecieron un rato así, dándose ánimos por medio del contacto.
                Bill sintió en eso una clara exaltación, la seguridad de que eran, en conjunto, algo
                más que la suma de sus siete individualidades. Se habían convertido en un todo
                más potente.
                   Encendió una cerilla y vieron un túnel estrecho en dirección descendente. La
                parte alta estaba festoneada de telarañas. Algunas, rotas por el agua, pendían
                como sudarios. Bill sintió un escalofrío atávico. El suelo estaba seco, pero cubierto
                de un musgo antiquísimo y por algo que parecían hojas, hongos... o algún
                inimaginable tipo de excrementos. Más arriba vio un montón de huesos y algunos
                harapos verdes. Podía tratarse de un uniforme de trabajo. Bill imaginó a algún
                empleado del departamento de servicios públicos que se había perdido y, mientras
                vagaba por ahí, había sido descubierto...
                   La llama tembló. Bill inclinó la cabeza hacia abajo para que durara un poco más.
                   --¿S-s-sabes do-dónde estamos? -preguntó a Eddie.
                   Eddie señaló la dirección del túnel.
                   --El canal está hacia allí, a menos de ochocientos metros, salvo que esto vaya
                en otra dirección. Ahora debemos de estar bajo Up-Mile Hill. Pero, Bill...
                   Bill dejó caer la cerilla, que le quemaba los dedos. Quedaron otra vez en la
                oscuridad. Alguien suspiró y Bill pensó que era Beverly. Pero antes de que la
                cerilla se apagara había visto preocupación en la cara de Eddie.
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