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--¡Mi barco! -La voz perdida de Georgie se elevó, temblorosa, en el túnel-. ¡No lo
encuentro, Bill! Lo he buscado por todas partes y no lo encuentro y ahora estoy
muerto y todo es culpa tuya, culpa tuya, culpa tuya....
--¡Ge-Ge-Georgie! -chilló Bill. Su mente vacilaba, desprendiéndose de sus
ataduras.
George avanzó tambaleante hacia él; su único brazo se elevó hacia Bill, con la
mano blanca encogida en una garra.
--Culpa tuya -susurró muy sonriente. Sus dientes eran colmillos de carnívoro, se
abrían y se cerraban lentamente, como los de una trampa para osos-. Tú me
hiciste salir y todo... esto... es... culpa... tuya.
--¡N-n-no, Ge-Ge-Georgie! -gritó Bill-. Yo n-n-no sa-sa-sabía...
--¡Te voy a matar! -gritó Georgie.
Una mezcla de sonidos animales surgieron de aquella boca dentada: gemidos,
aullidos, ladridos. Una especie de risa. Bill ya sentía el olor de George en
putrefacción. Era olor a sótano, pululante, como de algún monstruo que acechara
en el rincón, todo ojos amarillos, a la espera de destripar algún vientre de niño.
Los colmillos rechinaron. De los ojos comenzó a brotar pus amarillo que chorreó
por la cara... y la cerilla se apagó.
Bill sintió que sus amigos desaparecían. Estaban huyendo, por supuesto, lo
dejaban solo. Lo aislaban, tal como sus padres lo habían aislado, porque George
tenía razón: todo era culpa suya. Pronto sentiría que esa única mano le aferraba la
garganta; pronto sentiría que esos colmillos lo desgarraban, y estaría bien. Sería
justo. Él había enviado a George a la muerte. Había pasado toda su vida adulta
escribiendo sobre el horror de esa traición. Oh, le ponía muchas máscaras, casi
tantas como "Eso" se ponía para ellos, pero la víctima, en el fondo, era sólo
George, que corría con su barquito de papel parafinado. Y había llegado el
momento de ajustar cuentas.
--Mereces morir por haberme matado -susurró George.
Ya estaba muy cerca. Bill cerró los ojos.
Una luz amarilla invadió el túnel. Bill abrió los ojos. Richie había encendido una
cerilla.
--¡Defiéndete, Bill! -gritó Richie-. ¡Por el amor de Dios, hazlo!
"¿Qué haces aquí?" Los miró a todos, desconcertado. No habían huido, después
de todo. ¿Cómo era posible? ¿Cómo era posible, después de haber visto lo traidor
que él había sido con su propio hermano?
--¡Defiéndete! -vociferaba Beverly-. ¡Venga! ¡Sólo tú puedes hacerlo! Por favor...
George estaba a menos de metro y medio. De pronto sacó una lengua llena de
hongos blancos. Bill volvió a aullar.
--¡Mátalo, Bill.! -gritó Eddie-. ¡Ése no es tu hermano! ¡Es "Eso"! ¡Mátalo ahora
que es pequeño! ¡Mátalo!
George echó un vistazo a Eddie, apartando por un instante los ojos de plata, y
Eddie retrocedió, hasta golpearse contra la pared, como si lo hubieran empujado.
Bill seguía hipnotizado, mientras su hermano avanzaba hacia él: otra vez George,
después de tantos años, George al final tal como había sido al principio y oía el
crujir del impermeable amarillo mientras George acortaba la distancia, oía el
tintineo de las hebillas de sus botas de lluvia y olía algo así como hojas mojadas,
como si George, por debajo del impermeable, estuviera hecho de ellas, como si