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reptaba por el suelo tratando de escapar, Ben oyó en la mente sus agudos
                chillidos.
                   Corrió tras ella y volvió a asestarle un pisotón. El cuerpo de la araña crujió bajo
                su talón. Richie sintió náuseas y, en ese momento, no pudo contenerse. Vomitó,
                pero de inmediato movió el talón de un lado a otro triturando aquella cosa contra
                las piedras.
                   "¿Cuántos más? ¿Cuántos huevos más habrá? ¿No leí en alguna parte que las
                arañas los ponen por miles... o millones? No puedo seguir haciendo esto. Me
                volvería loco..."
                   "Es preciso. Es preciso. Vamos, Ben, ¡contrólate!"
                   Se acercó al huevo siguiente y repitió el proceso. Todo volvió a ser igual: el
                chasquido seco, el chapoteo, el golpe de gracia. Y otra vez y otra más. Y otra. Fue
                avanzando lentamente hacia el arco negro por donde habían pasado sus amigos.
                Ahora la oscuridad era total. Beverly y la telaraña habían quedado atrás. Aún oía
                el susurro de los hilos desprendidos. Los huevos eran pálidas piedras en la
                oscuridad. Al llegar a cada uno, encendía una cerilla antes de abrirlo. En cada
                caso pudo seguir el curso de la aturdida cría y aplastarla antes de que la luz se
                apagara. No tenía idea de cómo iba a proceder si las cerillas se acababan antes
                de haber roto el último huevo y matado su indescriptible cría.



                   10. "Eso", 1985.


                   Aún seguían.
                   "Eso" sintió que aún seguían acortando la distancia y su miedo creció. Tal vez
                no era eterna, después de todo; por fin había que concebir lo inconcebible. Peor
                aún, "Eso" sentía la muerte de su cría. Un tercero de esos odiados hombres-niños
                caminaba sin cesar junto a sus huevos, casi demente de asco, pero aniquilando
                metódicamente a sus hijos.
                   "¡No!", gimió "Eso", debatiéndose, mientras la fuerza vital se le escapaba por
                cien heridas. Ninguna de ellas era mortal pero cada una, como un canto de dolor,
                hacía más lenta su agonía. Una de sus patas pendía de una sola hebra de carne.
                Uno de sus ojos había quedado ciego. Sentía dentro de sí un terrible
                desgarramiento resultado de algún veneno que otro de los odiados hombres-niños
                le había arrojado a la garganta.
                   Y seguían acercándose, acortando la distancia. ¿Cómo era posible? Eso gemía.
                Cuando percibió que esta han casi directamente atrás, hizo lo único que cabía: se
                volvió para presentar batalla.



                   11. Beverly.

                   Antes de que se apagara el último resplandor y se cerrara la oscuridad
                completa, Beverly vio que la esposa de Bill descendía otros seis metros y volvía a
                detenerse. Había empezado a girar; la larga cabellera roja se le abría en abanico.
                "Su mujer -pensó-. Pero yo fui su primer amor, y si él creyó que otra mujer era la
                primera fue sólo porque había olvidado... porque se había olvidado de Derry."
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