Page 239 - La sangre manda
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inválido. —Piensa en Dan Bell—. Para empezar, rampas, un salvaescaleras,
una grúa hospitalaria, pero todo eso son detalles menores. Mi deseo es
contratar un servicio de atención para él las veinticuatro horas, incluyendo
una enfermera durante el día.
—Unos planes muy caros, Holly Gibney. Debe de querer mucho al
viejecito.
—Así es —responde Holly.
Es verdad, pese a que el tío Henry sea un grano en el culo. El amor es un
don; el amor es también una cadena con un grillete en cada extremo.
—Su salud general es mala. Su principal problema físico es la
insuficiencia cardíaca congestiva. —Una vez más, se inspira en Dan Bell—.
Va en silla de ruedas y necesita oxígeno. Podría vivir dos años más. Quizá
tres. He hecho mis cálculos, y trescientos mil dólares darían para cinco años.
—Y si vive seis, usted volverá.
Holly no puede evitar pensar en el joven Frank Peterson, asesinado por
aquel otro visitante en Flint City. Asesinado de la manera más horripilante y
dolorosa. De pronto se enfurece con Ondowsky. Ese individuo con voz de
periodista de televisión y sonrisa condescendiente. Es un pedazo de caca. Solo
que caca suena demasiado suave. Holly se inclina hacia delante y fija la
mirada en esos ojos (que por fin, afortunadamente, empiezan a estabilizarse).
—Escúcheme, pedazo de mierda asesino de niños. No quiero pedirle más
dinero. Ni siquiera quiero pedirle ese dinero. No quiero verlo nunca más. Me
cuesta creer que en realidad esté planteándome dejarlo escapar, y si no borra
esa puñetera sonrisa de su cara, puede que cambie de idea.
Ondowsky da un respingo, como si lo hubieran abofeteado, y la sonrisa de
hecho desaparece. ¿Le han hablado alguna vez así? Quizá, pero debe de hacer
mucho tiempo. ¡Es un respetado periodista de la televisión! ¡Cuando es Chet
de Guardia, los contratistas tramposos y los propietarios de fábricas de
pastillas tiemblan de miedo en cuanto se acerca! Junta las cejas (muy finas,
advierte Holly, como si en realidad el vello no deseara crecer ahí).
—Usted no puede…
—Cállese y escúcheme —lo interrumpe Holly en voz baja e intensa. Se
inclina de nuevo e invade su espacio. Esta es una Holly que su madre nunca
ha visto, aunque Charlotte ha visto lo suficiente en estos últimos cinco o seis
años para considerar a su hija una desconocida, quizá incluso para pensar que
no es hija suya—. ¿Me está escuchando? Más le vale, o daré esto por zanjado
y me marcharé sin más. No le sacaré trescientos mil a Inside View, pero
cincuenta seguro que sí, y ya está bien para empezar.
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