Page 146 - FINAL_Theatre of Sound Coverage Book
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Cuatro días después de haber gozado mi vuelta post-pandemia al Royal Festival Hall,
                volví a encontrarme con Barba Azul a pocas cuadras de Picadilly Circus, en una de esas
                grandes iglesias desconsagradas que en Londres sirven frecuentemente para espectáculos
                teatrales y musicales diversos. El templo ha sido rebautizado como Stone Nest, pero ¿no
                estaba allí el Limelight, el club de celebridades legendario por el hedonismo practicado en
                los 1980 bajo sus sombrías bóvedas neogóticas? Así es y ¡qué lugar genial para que una
                nueva compañía de ópera, Theatre of Sound, debutara con un Castillo de Barba
                Azul alternativo que fulguró como uno de esos milagros teatrales que de vez en cuando
                tienen lugar en el West End de la bien llamada capital mundial del teatro.

                El primer descubrimiento fue la consistencia de una partitura que no necesita una versión
                orquestal completa para explayar su antológica convicción dramática. Sólo tocaron un
                clarinete, una trompa, un violín, una viola, un chelo y un sintetizador de piano, órgano y
                celesta y el efecto fue de una intensidad similar al de una orquesta completa. Y en una
                pequeña arena circundada por el ora sombrío, ora iluminado aparato de arcadas góticas el
                director de escena desarrolló la obra como un drama suburbano: un hombre ya mayor sale
                con algún entusiasmo en búsqueda de su nuevo flirt. Y regresa con Judith al primer acorde
                a este desvencijado living room con un sillón, alguna que otra mesita, y un baúl que
                contiene el secreto de las siete puertas.

                Cada una de ellas no es más que una apertura al pasado que el anfitrión cuenta con
                reticencia y por gotas a su nueva conquista, con la ayuda de fantasmas que van surgiendo
                de las arcadas: el primer amor (la puerta de la tortura es reemplazada aquí por la del
                placer), el alistamiento en el ejercito, la primera mujer, y la segunda, y dos hijos que en una
                celebración de navidad simbolizan la quinta puerta de las posesiones materiales. Y la
                muerte del primogénito que da lugar a las lágrimas de la sexta puerta.

                Dos grandes cantantes internacionales, Gerard Finley y Susan Bullock confrontaron en
                inglés a la pequeña audiencia apiñada a su alrededor con voz firme y de palpitante
                articulación. La última puerta es aquí, tal vez, una liberación: Judith la abre mirándose en
                un pequeño espejo de mano donde ve la hermosura de las mujeres anteriores. Y,
                abrumada, se sienta en el sillón para aceptar la taza de café que le ofrece Barba Azul.
                ¿Beberá de ella? El último acorde es tan suspensivo como la imagen de esa mujer que
                parece reflexionar antes de aceptar ser la última esposa de Barba Azul.

                En lugar de explicar su concepción con un discurso interminable, el regisseur ha incluido
                solo siete líneas en el programa de mano. Allí se recuerda que Bartok ha dicho que Barba
                Azul no es un asesino sino un hombre condenado a vivir solo. Su rutina cotidiana ha
                aniquilado “el sentimiento sagrado del amor y aún cuando sus amantes viven, ya no lo
                hacen en esta vida.” Nada más. Y nada menos.
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