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terarse, deprimirse, molestarse por lo que a uno le está sucediendo tiene sentido y, en su caso, justificación, hacerlo por algo que se hizo en el pasado es absoluta- mente grotesco mientras no exista algún artilugio que nos permita viajar en el tiempo.
Segunda Emoción.- Sirve mucho identifi- car a alguna persona que formó parte im- portante de nuestras vidas y que hoy no se encuentra con nosotros: padres, abuelos, hermanos, maestros, hijos, amigos. Al- guien cuyo impacto en nuestras vidas fue significativo, alguien que nos quiso mucho y confió en nosotros. Ésa es la persona que tenemos que traer (figurativamente) a nuestras vidas en los momentos de mayor desesperación. ¿Qué pensaría ésa per- sona de nuestra situación actual, de nues- tra tentación de rendirnos o acogernos a la derrota? ¿Qué nos diría ahora?
No tenemos la ventura de tenerlo física- mente con nosotros en este momento, pero podemos acogernos a la bendición que representa su recuerdo: sus palabras, sus consejos, su cariño y sobretodo la con- fianza que siempre tuvo en nuestro futuro. Ésa persona vio sobre nuestras cabezas una estrella de luz que nunca menguaría, seguramente visualizó los problemas y los pesares que a todos acontecen en la vida, pero no nos vio rendirnos nunca, no nos imaginó abandonando la lucha.
¡Esa persona tuvo razón apreciando nues- tro destino!, porque nos conocía, porque sabía cuál era nuestra capacidad y porque su cariño le impedía visualizar otro sino. Ésa persona hoy no está más, ¡y bendito hecho que así sea!, porque si formara parte de los desasosiegos que hoy tene- mos, no se diferenciaría de todos los demás que nos rodean. Más al no estar, representa aquello que debimos ser y lo que podemos y tenemos que ser en su memoria.
¡Rinda homenaje al recuerdo de ésa per- sona y siga dando pasos hacia adelante!, uno a la vez, despacio, con calma, con dolor. El tiempo no importa, lo único nece- sario es no detenerse o dirigirse hacia la
Segunda edición 2017
puerta posterior.
Soy consciente que poco ayudan las pala- bras en los momentos de mayor desespe- ración, conozco el dolor y la fatiga de ésos instantes interminables, el inmenso poder que toma de rehén la consciencia y la re- flexión, que captura el orgullo, la fuerza, el amor propio, la inteligencia. Ésa sensación que debe ser parecida a la sed que nunca se sacia, ése peso que dobla la cerviz a pesar de toda buena actitud y de cualquier razonamiento.
En los momentos de mayor desesperación me sirven poco las palabras. Doblo rodillas y me entrego, en grito humilde y libre llanto a aquél en quién Creo. Pero éste soy yo y ésta es mi Fe. De corazón desearía que el caso de todos fuera el mismo, pero eso no se halla a mi alcance ni constituye mi ob- jetivo. Reconozco, sin embargo, que el es- píritu humano posee inmensos reservorios de fortaleza para todos, y es posible acudir a ellos, aún en los momentos de mayor os- curidad.
Me tomo el atrevimiento de proponer una sola frase que siempre llega como ayuda en el momento de mayor desesperación, una sola, una que me ayuda a dar un paso más y no detenerme, una que de igual forma expone su Poder cuando la Vida ofrece un rostro más generoso:
“Mañana será otro día”
Esta es una verdad que tiene el tamaño del Universo en los momentos de mayor desesperación. Y probablemente sea así por algo muy simple: ¡es Verdad! Mañana será otro día, y vale la pena darle una oportunidad.
¡Los momentos de verdad!, aquellos en los que el hombre se enfrenta en completa so- ledad a sí mismo, cuando solo se presen- tan dos puertas de salida, una adelante, que da la impresión de estar muy, muy lejos: un punto pequeño de luz en el hori- zonte, casi inalcanzable, y otra puerta atrás, más cercana, amplia, carente de luz pero de tentador cobijo. A derecha e iz-
quierda nada, ninguna opción.
La puerta lejana en ése horizonte mental que gobierna cada acto de ésos aciagos momentos es la salida victoriosa de la si- tuación, la puerta de atrás es la salida amable, serena y bondadosa que plantea la derrota final, el abandono definitivo y total.
¿Puede ser la derrota amable, serena, bondadosa y reconfortante? ¡Por supuesto que sí!, lo es al menos en esos momentos cruciales, porque representa algo muy caro para el espíritu humano: significa Paz. Llegamos a ÉSE momento tan can- sados y abatidos que poco significan el contento, la alegría, la felicidad, el amor, lo único que clama el espíritu es Paz, y ella se encuentra cerca, a la distancia exacta del abandono definitivo, del reconoci- miento honesto y liberador de la derrota.
Pocas cosas, en realidad “poquísimas”, pueden evitar que levantemos totalmente los brazos y gritemos la rendición a pul- món pleno en los momentos de mayor de- sesperación. Casi nada tiene ése Poder.
¿Perseverar?: ya lo hicimos. Trabajamos con ahínco y con toda la inteligencia a la que pudimos acudir. ¿Amor propio?: hasta acá nos trajo. ¿Nuestro amor por los demás, por todo aquello que nos es pre- ciado?: sólo aumenta el sentimiento de culpa y el arrepentimiento. ¿Grandes citas, elocuentes frases, ejemplos enormes de los demás?: sacuden el razonamiento pero no pueden llegar al núcleo profundo donde las emociones se encuentran en ebullición. Todo fue puesto a prueba, todo se puso en práctica, cada gramo de fe y de esfuerzo quedó en el ruedo. Ahora la Desesperación comanda todo.
En esta situación dramática, existen dos razonamientos y dos emociones que son probablemente las últimas a las que pode- mos acudir para evitar la derrota definitiva. Los razonamientos deben emerger del úl- timo rincón que nuestro cerebro aún tiene dispuesto, las emociones de la superficie del alma castigada por las desventuras.
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