Page 18 - Edicion 821 El DIrectorio
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Salud
años, sigue siendo tan escasa como las conexiones decentes por carretera, la diferencia entre la capital y prácticamente el resto del país es abismal. “Es una cuestión de desequilibrios territoriales, que van en au- mento”, agrega Garcimartín.
“Para los grupos conectados, que viven, sobre todo, en la ciu- dad y que tienen acceso a la educación y al financiamiento, las cosas han ido muy bien”, tercia el también economista
aquellos segmentos a los que mejor le han ido las cosas. Ajeno al enquistamiento de la desigualdad, el sector público ha priorizado el gasto en capital y en infraestructura, y el gasto social se ha mantenido con- stante en el entorno del 9%. Son casi tres puntos menos que el promedio de América Latina, una región que no se distingue precisamente por la generosidad de sus coberturas públicas. “Este país”, critica Juan Jované, ex director de la
grandes cifras apuntan a una inflación bajo control, la percep- ción de los estratos con menos recursos es otra completa- mente distinta. “La vida está muy alta y los sueldos muy bajos”, dice, martillo en mano, Alma Moreno, de 49 años, mientras arregla la puerta de madera despintada de su casa, en el límite del barrio de San Felipe, a un paso del reno- vadísimo Casco Viejo de la capital panameña. Trabaja “bar- riendo calles”, dice, e ingresa poco más de 300 dólares quin- cenales, una cifra con la que en casi toda Latinoamérica se puede hacer lo más parecido a una vida digna, pero que aquí, en un país plenamente dolar- izado, da para poco. “Hace unos años la compra para toda la familia nos salía en 200 o 250 dólares por quincena. Ahora en casi el doble: la libra de arroz, el litro de aceite... Todo está caro”.
El contraste la señora Moreno con su entorno es evidente: su calle desemboca en la plaza de Herrera, una de las más boni- tas y cuidadas de la capital. En menos de dos décadas, el corazón de la ciudad, de estilo colonial, ha dado un salto equiparable al que ha dado la economía del país centroameri- cano: un lavado de cara de var- ios millones de dólares ha recuperado uno de los mayores atractivos turísticos del país centroamericano. Es la cara visible de la gentrificación. Pero a escasos metros de los edifi- cios e iglesias renovadas, emergen casas de chapa y madera en colores pastel en las que el salitre y el paso de los años han hecho mella. Es mediodía, pero en el pequeño salón de su casa tintinea una lámpara que suple la escasez de luz natural. En penumbras, el sonido de la televisión con la que se entretienen sus nietos llama la atención de una pareja que pasea tranquila en direc- ción a los restaurantes de moda de la capital. Las dos Panamás, por un segundo, se miran cara a cara. Las dos, también, votan este domingo en unas elecciones presiden- ciales en las que la desigualdad ha entrado, por primera vez, en la agenda de los candidatos.
   Marco Martínez. “Para el resto, no tanto”. Mientras la renta media de los residentes en la capital se codea, según sus datos, con la portuguesa, “en las provincias más pobres está al nivel de países subdesarrol- lados”. Y eso, a la larga, como recuerda Joseph Stiglitz en El precio de la desigualdad, tam- bién puede frenar en crec- imiento: de no cuidar la variable de la inequidad —“y hasta ahora no lo ha hecho”, subraya Alexis Rodríguez Mojica, profe- sor de Sociología—, el milagro panameño corre el riesgo de caer en su propia trampa.
Parte del problema reside en la escasa recaudación tributaria —la segunda más baja de Lati- noamérica— que, aunque com- plementada por una inyección de alrededor de 1.700 millones de dólares anuales que aporta el Canal, sigue siendo insufi- ciente para cubrir las necesi- dades de los menos agraciados y para cerrar la brecha con
Caja de Seguro Social y can- didato presidencial independi- ente en las elecciones de 2004, “abandonó su política social en favor de una política de com- pensación. Cuando éramos un país más pobre, se trataba de impulsar los servicios públicos básicos; ahora prevalecen el clientelismo y las ayudas para que la población esté tranquila”. Solo en los últimos tiempos, desliza Rodríguez Mojica, las políticas públicas no se han pensado en términos de reduc- ción de pobreza o de la de- sigualdad. “El problema es que para romper el ciclo intergen- eracional de la pobreza hacen falta 30 años o más”.
El panameño de a pie, sin em- bargo —y quizá, por ausencia de este—, es poco de pedir al Estado. Empleo al margen, la queja más repetida en la calle es el aumento de los precios de los productos básicos, que ha asestado una dentellada a su poder adquisitivo. Mientras las
Ni la impresión de Alma ni el dato oficial de inflación están equivocados, como recuerda Garcimartín: vive en la ciudad más cara de la región, según un reciente estudio del banco suizo UBS que sitúa a la capital panameña entre las 21 del mundo en la que más onerosa es la vida, por delante de urbes europeas como Viena, Múnich, Montreal o Madrid. Y los 10 últi- mos años, según los cálculos del BID, los productos de la cesta de la compra del
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decil más pobre se han encarecido no- tablemente más que los de la canasta del decil más rico, ensan- chando aún más la brecha. En ese peri- odo, los alimentos y el transporte —a los que dedican la mayor parte de sus ingresos los hogares de menos re- cursos— se han en- carecido a un ritmo cuatro veces superior al del ocio —que con- sumen, en mucha mayor medida, los más ricos—.
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  Edición 821 Del 30 al 06 de mayo del 2019
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