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La nueva Jerusalén La mujer y el dragón
Se acercó uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas Una gran señal apareció en el cielo: una
de las últimas plagas y me habló así: «Ven que te enseñe la novia, mujer revestida del sol, la luna bajo los pies
la esposa del Cordero». y en la cabeza una corona de doce estre-
Me trasladó en éxtasis a una montaña grande y elevada y me mostró llas. Estaba encinta y gritaba de dolor en
la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, de Dios, resplan- el trance del parto. Apareció otra señal en
deciente con la gloria de Dios. Brillaba como piedra preciosa, como el cielo: un dragón rojo enorme, con siete
jaspe cristalino. Tenía una muralla grande y alta, con doce puertas cabezas y diez cuernos y siete turbantes
y doce ángeles en las puertas, y grabados los nombres de las doce en las cabezas. Con la cola arrastraba un
tribus de Israel. A oriente tres puertas, al norte tres puertas, al sur tercio de los astros del cielo y los arrojaba
tres puertas, a occidente tres puertas. La muralla de la ciudad tiene a la tierra. El dragón estaba frente a la mujer
doce piedras de cimiento, que llevan los nombres de los doce após- en parto, dispuesto a devorar la criatura en cuanto naciera. Dio a
toles del Cordero. El que hablaba conmigo tenía una caña de medir luz a un hijo varón, que ha de apacentar a todas las naciones con
de oro, para medir la ciudad y las puertas y la muralla. La ciudad vara de hierro. El hijo fue arrebatado hacia Dios y hacia su trono. La
tiene un trazado cuadrangular, igual de ancho que de largo. Midió mujer huyó al desierto, donde tenía un lugar preparado por Dios
con la caña la ciudad: doce mil estadios: igual en longitud, anchura para sustentarla mil doscientos sesenta días.
y altura. Midió la muralla: ciento cuarenta y cuatro codos, en la medida Se declaró la guerra en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra
humana que usaba el ángel. El aparejo de la muralla era de jaspe, el dragón; el dragón luchaba asistido de sus ángeles; pero no vencía,
la ciudad de oro puro, límpido como cristal. Los cimientos de la y perdieron su puesto en el cielo. El dragón gigante, la serpiente pri-
muralla de la ciudad están adornados con piedras preciosas. El mitiva, llamada Diablo y Satanás, que engañaba a todo el mundo,
primer cimiento de jaspe, el segundo de zafiro, el tercero de calce- fue arrojada a la tierra con todos sus ángeles. Escuché en el cielo
donia, el cuarto de esmeralda, el quinto de ónice, el sexto de carnelita, una voz potente que decía: Ha llegado la victoria, el poder y el reinado
el séptimo de crisólito, el octavo de berilo, el noveno de topacio, el de nuestro Dios y la autoridad de su Mesías; porque ha sido expulsado
décimo de crisopraso, el undécimo de turquesa, el duodécimo de el que acusaba a nuestros hermanos, el que los acusaba día y noche
amatista. Las doce puertas son doce perlas, cada puerta una sola ante nuestro Dios.
perla. Las calles de la ciudad pavimentadas de oro puro, límpido Ap 12, 1-10
como cristal. No vi en ella templo alguno, porque el Señor Dios To-
dopoderoso y el Cordero son su templo. La ciudad no necesita que
la ilumine el sol ni la luna, porque la ilumina la gloria de Dios, y su
lámpara es el Cordero. A su luz caminarán las naciones, y los reyes
del mundo llevarán sus riquezas Sus puertas no se cerrarán de día.
Noche no habrá allí. Le traerán la riqueza y el fasto de las naciones. Unidad 3, pág. 39, act. 10
No entrará en ella nada profano, ni depravados ni mentirosos; solo
entrarán los inscritos en el libro de la vida del Cordero.
Los cuatro jinetes
Ap 21, 9-27
Vi al Cordero que abría el primero de los siete sellos y oí a uno de
los cuatro vivientes que decía con voz de trueno: «Ven». Vi un caballo
blanco y a su jinete con un arco; le pusieron una corona, y salió
vencedor para seguir venciendo.
Cuando abrió el segundo sello, oí al segundo viviente que decía:
«Ven». Salió un caballo pardo; al jinete le encargaron que retirase
la paz de la tierra, de modo que los hombres se matasen. Le en-
tregaron una espada enorme.
Cuando abrió el tercer sello, oí al tercer viviente que decía: «Ven».
Vi salir un caballo negro y su jinete llevaba una balanza en la mano.
Oí una voz que salía de entre los cuatro vivientes: «Por un denario
un cuartillo de trigo, por un denario tres cuartillos de cebada; pero
no hagas daño al aceite ni al vino».
Cuando abrió el cuarto sello, oí la voz del cuarto viviente que decía:
«Ven».
Vi salir un caballo amarillo; su jinete se llama Muerte y los acompaña
Hades. Les han dado poder para matar a la cuarta parte de los ha-
bitantes del mundo, con la espada y el hambre y la peste y las fie-
ras.
Ap 6, 1-8
Unidad 3, pág. 39, act. 9 Unidad 3, pág. 39, act. 11
NMT