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Tan bueno como el pan
“Antes de zarpar del puerto de Panamá, que Dios mediante será dentro de una hora, todos
los que estamos a bordo, que disfrutamos de óptima salud, lo saludamos respetuosamente,
dándole la grata noticia que nuestro viaje fue felicísimo; llegamos anoche a Colón, con
cuatro días de anticipación y salimos un vapor que va directamente a Guayaquil y Lima.
Bendíganos a todos”.
Allí, en el puerto de Panamá, abordaron el vapor Lautaro. Tal como estaba planificado,
antes hizo una parada en el puerto de Guayaquil (Ecuador), donde se subió un cargamento
de frutas. Todo iba bien.
Los problemas comenzaron cuando al día siguiente, el 20 de setiembre, llegaron
al puerto de Paita, en Piura (Perú). Al enterarse las autoridades piuranas que el vapor
provenía de Guayaquil, encendieron las alarmas. Resulta que habían llegado noticias de
que en Guayaquil había muerto una persona de fiebre amarilla, una enfermedad muy
contagiosa. Surgió el temor de que el cargamento de frutas, colocado en las bodegas del
vapor, estuviese contaminado y que se desatara una epidemia. Así que se decidió poner al
barco en cuarentena.
Esto preocupó muchísimo a los pasajeros del vapor, incluido el propio padre Pane.
En cuarentena, podrían pasar varios días encerrados sin poder desembarcar (parecido a
cuando nosotros no pudimos salir de nuestras casas por varios meses durante la cuarentena
por la pandemia del coronavirus).
En medio de la incertidumbre, algún pasajero recordó el caso del vapor italiano Matteo
Bruzzo que algunos años antes, en 1884, no fue recibido en Uruguay ni en Brasil por
tener casos de enfermos de cólera a bordo. Finalmente, rechazado en todos los puertos,
el Matteo Bruzzo tuvo que regresar a Italia en un largo viaje que costó la vida a casi veinte
personas. Este comentario, en lugar de calmar a los pasajeros del Lautaro, produjo el efecto
contrario.
Pero se tranquilizaron un poco cuando divisaron el puerto del Callao el 28 de setiembre,
después de tres días de navegación desde Paita. Mientras Pane y sus compañeros de viaje
miraban alegres desde el barco las “altas torres de Lima”, en el puerto las autoridades
decidían qué hacer. No estaban seguros de dejarlos desembarcar.
El padre Antonio Riccardi, director de los misioneros salesianos, estaba esperándolos
en el puerto. Había arribado a Lima el día anterior y le causó cierto disgusto ver que Pane
y el resto de expedicionarios aún no llegaban.
A su lado también esperaba a los viajeros del vapor Lautaro don Manuel Candamo,
quien doce años después fue elegido presidente de la República. Pero, en ese momento,
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