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(taché "fuga" y puse "ida"). Agregué que apreciaba mucho el interés que ella se
había tomado por mí (taché "por mí" y puse "por mi persona"). Que comprendía que
ella era muy bondadosa y estaba llena de sentimientos puros, a pesar de que, como
ella misma me lo había hecho saber, a veces prevalecían "bajas pasiones". Le dije
que apreciaba en su justo valor el asunto de la salida de un barco o el asistir sin
hablar a un crepúsculo en un parque pero que, como ella podía imaginar (taché
"imaginar" y puse "calcular"), no era suficiente para mantener o probar un amor:
seguía sin comprender cómo era posible que una mujer como ella fuera capaz de
decir palabras de amor a su marido y a mí, al mismo tiempo que se acostaba con
Hunter. Con el agravante —agregué— de que también se acostaba con el marido y
conmigo. Terminaba diciendo que, como ella podría darse cuenta, esa clase de
actitudes daba mucho que pensar, etcétera.
Releí la carta y me pareció que, con los cambios anotados, quedaba
suficientemente hiriente. La cerré, fui al Correo Central y la despaché certificada.
XXX
APENAS salí del correo advertí dos cosas: no había dicho en la carta por qué había
inferido que ella era amante de Hunter; y no sabía qué me proponía al herirla tan
despiadadamente: ¿acaso hacerla cambiar de manera de ser, en caso de ser ciertas
mis conjeturas? Eso era evidentemente ridículo. ¿Hacerla correr hacia mí? No era
creíble que lo lograra con esos procedimientos. Reflexioné, sin embargo, que en el
fondo de mi alma sólo ansiaba que María volviese a mí. Pero, en este caso, ¿por
qué no decírselo directamente, sin herirla, explicándole que me había ido de la
estancia porque de pronto había advertido los celos de Hunter? Al fin de cuentas, mi
conclusión de que ella era amante de. Hunter, además de hiriente, era
completamente gratuita; en todo caso era una hipótesis, que yo me podía formular
con el único propósito de orientar mis investigaciones futuras.
Ernesto Sábato 77
El tunel