Page 320 - Frankenstein
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mi rumbo pero en seguida me di cuenta de que
zozobraría si lo intentaba de nuevo. No tenía
más solución que intentar navegar con el viento
de popa. Confieso que me asusté. Carecía de
brújula, y estaba tan poco familiarizado con
esta parte del mundo, que el sol no me servía
de gran ayuda. Podía adentrarme en el Atlánti-
co, y sufrir las torturas de la sed y del hambre, o
verme tragado por las inmensas olas que surgí-
an a mi alrededor. Llevaba ya fuera muchas
horas y la sed, preludio de mayores sufrimien-
tos, empezaba a torturarme. Observé el cielo
cubierto de nubes que, empujadas por el viento,
iban a la zaga unas de otras; observé el mar que
había de ser mi tumba.
––¡Villano! Exclamé––, tu tarea está cumpli-
da.
Pensé en Elizabeth, en mi padre, en Clerval; y
me sumí en un delirio tan horrendo y desespe-
rante, que incluso ahora, cuando todo está a
punto de terminar para mí, tiemblo al recordar-
lo.