Page 323 - Frankenstein
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––¡Pronto lo sabrá! contestó un hombre con
   brusquedad––. Quizá haya llegado a un lugar
   que no le guste demasiado; en todo caso le ase-
   guro que nadie le va a consultar acerca de dón-
   de querrá usted vivir.
     Me sorprendió enormemente recibir de un ex-
   traño una respuesta tan áspera; también me
   desconcertó ver los ceñudos y hostiles rostros
   de sus compañeros.
     ––¿Por qué me contesta con tanta rudeza? ––
   le pregunté––: no es costumbre inglesa el recibir
   a los extranjeros de forma tan poco hospitalaria.
     ––Desconozco las costumbres de los ingleses
   ––respondió el hombre––; pero es costumbre
   entre los irlandeses el odiar a los criminales.
     Mientras se desarrollaba este diálogo la mu-
   chedumbre iba aumentando. Sus rostros de-
   mostraban una mezcla de curiosidad y cólera,
   que me molestó e inquietó. Pregunté por el ca-
   mino que llevaba a la posada; pero nadie quiso
   responderme. Empecé entonces a caminar, y un
   murmullo se levantó de entre la muchedumbre
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