Page 156 - Frankenstein
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laba mi pesar. El primer día viajamos en un
   carruaje. Por la 9 mañana habíamos visto en la
   distancia las montañas hacia las cuales nos diri-
   gíamos. Nos dimos cuenta de que el valle que
   atravesábamos, formado por el río Arve cuyo
   curso seguíamos, se iba angostando a nuestro
   alrededor, y al atardecer nos encontramos ya
   rodeados de inmensas montañas y precipicios,
   y pudimos oír el furioso rumor del río entre las
   rocas y el estruendo de las cataratas.
     Al día siguiente, continuamos nuestro viaje
   en mula; a medida que ascendíamos, el valle
   adquiría  un  aspecto  más  magnífico  y  asombro-
   so. Fortalezas en ruinas colgadas de las laderas
   pobladas de abetos, el impetuoso Arve y casitas
   que aquí y allí asomaban entre los árboles cons-
   tituían un paisaje de singular belleza. Pero eran
   los Alpes los que hacían sublime el panorama
   cuyas formas y cumbres blancas y centelleantes
   dominaban todo, como si pertenecieran a otro
   mundo, y fueran la morada de otra raza. Cru-
   zamos el puente de Pelissier, donde el barranco
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