Page 159 - Frankenstein
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proporcionó el mayor consuelo que en esos
momentos podía recibir. Me elevó por encima
de las pequeñeces del sentimiento y aunque no
me libraba de la tristeza sí me la amainaba y
calmaba. Hasta cierto punto, también me des-
viaba la atención de aquellos sombríos pensa-
mientos a los que me había entregado durante
los últimos meses. Por la tarde regresé, cansa-
do, pero triste, y conversé con mi familia con
mayor animación de lo que había sólido hacer
últimamente. Mi padre estaba contento y Eliza-
beth encantada.
Querido primo me dijo––, ¿ves cuánta felici-
dad contagias cuando estás alegre? ¡No recaigas
de nuevo!
La mañana siguiente amaneció con una lluvia
torrencial, y una espesa niebla ocultaba las ci-
mas de las montañas. Me levanté temprano,
pero me sentía melancólico. La lluvia me de-
primía; volvió mi acostumbrado estado de áni-
mo, y me sentí apesadumbrado.