Page 46 - Vuelta al mundo en 80 dias
P. 46
El guía desató al elefante y lo condujo a una espesura, recomendando a los viajeros que no
se ape-asen, mientras él mismo estaba preparado para mon-tar rápidamente en caso de
hacerse necesaria la fuga. Creyó que la comitiva de fieles pasaría sin verlo, por-que lo
tupido de la enramada lo ocultaba completa-mente.
El ruido discordante de las voces e instrumentos se acercaba. Unos cantos monótonos se
mezclaban con el toque de tambores y timbales. Pronto apareció bajo los árboles la cabeza
de la procesión, a unos cincuenta pasos del puesto ocupado por mister Fogg y sus
com-pañeros. Distinguían con facilidad al través de las ramas el curioso personal de aquella
ceremonia religiosa.
En primera línea avanzaban unos sacerdotes cubiertos de mitras y vestidos con largo y
abigarrado traje. Estaban rodeados de hombres, mujeres y niños, que cantaban una especie
de salmodia fúnebre, inte-rrumpida a intervalos iguales por golpes de tamtam y de timbales.
Detrás de ellos, sobre un carro de ruedas anchas, cuyos radios figuraban con las llantas un
ensortijamiento de serpientes, apareció una estatua horrorosa, tirada por dos pares de zebús
ricamente enjaezados. Esta estatua tenía cuatro brazos, el cuerpo teñido de rojo sombrío, los
ojos extraviados, el pelo enredado, la lengua colgante y los labios teñidos. En su cuello se
arrollaba un collar de cabezas de muerto, y sobre su cadera, había una cintura de manos
corta-das. Estaba de pie sobre un gigante derribado que care-cía de cabeza.
Sir Francis Cromarty reconoció aquella estatua.
La diosa Kali dijo en voz baja , la diosa del amor y de la muerte.
De la muerte, consiento dijo Picaporte ; pero del amor, nunca. ¡Vaya mujer fea!
El parsi le hizo seña para que callara.
Alrededor de la estatua se movía y agitaba, en con-vulsiones, un grupo de fakires, listados
con bandas de ocre, cubiertos de incisiones cruciales que goteaban sangre, energúmenos
estúpidos que en las ceremonias se precipitaban aún bajo las ruedas del carro de
Jag-gernaut.
Detrás de ellos algunos brahmanes, en toda la sun-tuosidad de su traje oriental, arrastraban
una mujer que apenas se sostenía.
Esta mujer era joven y blanca como una europea. Su cabeza, su cuello, sus hombros, sus
orejas, sus bra-zos, sus manos, sus pulgares, estaban sobrecargados de joyas, collares,
brazaletes, pendientes y sortijas. Una túnica recamada de oro y recubierta de una muse-lina
ligera dibujaba los contornos de su talle.
Detrás de esta joven contraste violento a la vista unos guardias, armados de sables
desnudos que llevaban en el cinto y largas pistolas adamasqui-nadas, conducían un cadáver
sobre un palanquín.