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el convencimiento de la enorme inferioridad de
sus semejantes y éste es un sentimiento que he
mantenido siempre en mí. Pero ninguno de
vosotros tiene corazón. Gritáis y os regocijáis
como si el príncipe y la princesa no estuviesen
celebrando sus bodas.
—¡Eh! —Exclamó un pequeño globo de
fuego—. ¿Y por qué no? Es una alegre ocasión y
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