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—¿Qué deseas esta vez? —preguntó la rana.
—Mi padre nos ha dicho que debemos encontrar a la
novia más hermosa.
—Yo puedo ser tu novia —dijo la rana—. ¿Te casarías
conmigo, Juan?
Juan se sorprendió mucho de la pregunta. Aunque
no podía decir que la rana era hermosa, ni mucho menos,
ciertamente había sido buena con él, y le contestó:
—Sí, me casaré contigo.
—Bien —dijo la rana—. Me meteré en la nuez y tú
la abrirás cuando sea necesario. Y así lo hizo.
Juan regresó al palacio y tuvo que esperar dos semanas
a que llegaran sus hermanos. Habían encontrado en dos
pueblos alejados a dos rollizas campesinas y regresaban
muy contentos: “Juan Bobo no podrá encontrar una
hermosa novia. ¡Jamás!”, pensaban.
El padre llamó a los tres y les pidió que le presentaran
a sus novias. Los mayores llevaron a sus gordas
campesinas para que el rey las contemplara. El rey las
miró y luego alzó la vista.
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