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Otra vez hablaron los dioses: “Quién
será el otro?”. Los dioses señalaron a uno
que estaba cubierto de llagas en el cuerpo
y que casi no hablaba, le dijeron: “Sé tú el
que alumbres”, y él obedeció.
Los dos dioses elegidos comenzaron
a hacer penitencia durante cuatro días.
Todo lo que ofrecía el dios Tecuciztécatl era
precioso: en lugar de ramos ofrecía plumas
ricas llamadas quetzalli; en lugar de pelotas
de heno, pelotas de oro; en lugar de espinas
de maguey, espinas hechas de coral dorado;
y el copal que ofrecía era muy bueno.
El dios cubierto de llagas, Nanaoatzin, en
lugar de ramos ofrecía nueve cañas verdes
atadas de tres en tres; ofrecía bolas de heno
y espinas de maguey, que ensangrentaba
con su misma sangre; en lugar de copal
ofrecía las costras de las llagas.
Después de que hicieron la penitencia en los montes
Itzacualli, echaron allí las ramas y todo lo que ocuparon.
Y antes de la medianoche, los otros dioses, les dieron
sus armaduras. A Tecuciztécatl dieron un plumaje y un
lienzo; a Nanaoatzin un tocado y una vestimenta de papel.
Llegada la medianoche todos los dioses se pusieron
alrededor del hogar; en este lugar ardió el fuego cuatro
días. Hablaron los dioses y dijeron a Tecuciztécatl:
“Tecuciztécatl, entra tú en el fuego”. Y él entró. Y como
el fuego era grande y estaba muy encendido, sintió gran
calor, tuvo miedo; no intentó echarse en el fuego, se
volvió. Otra vez intentó entrar en el fuego tomando fuerza,
y llegando se detuvo; no se atrevió; cuatro veces probó,
pero no lo logró.
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