Page 73 - Un poeta con dos ruedas : cuento para los 11 años de edad y sus alrededores
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bos   bueyes,      el  niño    guardó      silencio     y   preparó      cierto
                    festejo     para     celebrarlo       por    la   mañanita,


                          Y   así   lo   hizo:    al   amanecer        sacó    la   yunta     a   un

                    campito       cercano;       ensayaron         de    nuevo,      hizo     luego

                    que    "Tambor"         montase       en   la   "Ocarina",         le  orientó
                    hacia     la   casa    familiar,      y   cuando       se  acercaba        gritó

                    el  niño:

                          —¡Papá!.         . .  ¡Asómate       a  la  puerta     del   patio!.    . .

                    ¡Mamá,        mamá!        ¡Asómate         tú   también!...           ¡Y     tú,

                    Luchi !. .
                                 .
                          Salió    a  la   puerta     el  matrimonio,         salió    la  niña     y
                    se   quedaron         asombrados,          sin    pronunciar         palabra,

                    al   ver   que,    primero       el  uno    y   luego     el  otro,   los    dos

                    bueyes       lucieron      sus    habilidades         en   la    "Ocarina",

                    rondando        por    la   carretera       que     atravesaba        Villaco-

                    lorín    d  elas    Cintas.     .  .

                          Después       se  acercó     el   colegial     a  la   puerta     y   dijo

                    a  su   padre:

                          —Papito...           ¿tú    crees    que     se  pueden       llevar     al

                    matadero        a  unos     seres    que    montan       en   bicicleta,      ya

                    sean    príncipes,       elefantes,      cisnes,    sargentos       del    ejér-

                    cito,   médicos,        carteros,      bueyes,      tiburones        o   meca-

                    nógrafas?.       . .
                          —¡No!        —le     respondió        con    noble     resolución        el

                    padre.

                          Ante    la   extraña      sorpresa,      pudo     el   padre     de   Lu-

                    pito   haberlos      llevado      al  circo    para    ganar     buen     dine-

                    ro;   pero    aquella      bondad       del   niño,    aunque       tan   inge-

                    nua    y   tan   infantil,      sin   embargo,       le   hizo    pensar      en

                    algo    que    era   cierto:     que   la   yunta     le  había      ayudado





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