Page 38 - veinte mil leguas de viaje submarino
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El descubrimiento de la existencia del ser más fabuloso, del ser más mitológico, no habría
podido sorprender tanto y entan alto grado a mi razón como el que acababa de hacer. Que
lo prodigioso provenga del Creador, parece sencillo. Pero ha-llar de repente bajo los ojos lo
imposible, misteriosa y huma-namente realizado, es algo que hace naufragar a la razón.
Y no había vacilación posible. Nos hallábamos, efectiva-mente, tendidos sobre la superficie
de una especie de barco submarino cuya forma, hasta donde podía juzgar por lo que de ella
veía, era la de un enorme pez de acero. Ned Land te-nía ya formada su opinión al respecto,
y Conseil y yo hubi-mos de compartirla con él.
Pero, puesto que es así dije , este aparato contiene un mecanismo de locomoción y una
tripulación para manio-brarlo.
Evidentemente respondió el arponero , y sin embargo hace ya tres horas que habito
esta isla flotante sin que su tri-pulación haya dado todavía señales de vida.
¿Ha permanecido inmóvil durante todo este tiempo?
Así es, señor Aronnax. Se deja mecer por las olas, sin ningún otro movimiento.
Sin embargo, nosotros sabemos, sin la menor duda, que está dotado de una gran
velocidad. Ahora bien, para produ-cir esa velocidad hace falta una máquina y para hacer
fun-cionar ésta un maquinista. De todo ello infiero que... ¡esta-mos salvados!
¡Hum! exclamó Ned Land, en tono de duda.
En aquel mismo momento, y como corroboración de mi argumento, se oyó un ruido
procedente de la extremidad posterior del extraño aparato, cuyo propulsor era
evidente-mente una hélice, y se puso en movimiento. Apenas si tuvi-mos tiempo para
aferrarnos a su parte superior que emergía de las aguas en unos ochenta centímetros.
Afortunadamen-te, su velocidad no era excesiva.
-Mientras navegue horizontalmente murmuró Ned Land nada tengo que objetar, pero
como le dé por sumer-girse, no doy dos dólares por mi pellejo.
Y aún hubiera podido dar menos. Se hacía, pues, urgente comunicar con los seres
encerrados en el interior de la má-quina. Busqué en la superficie de la misma una abertura,
una escotilla, un «agujero de hombre», por emplear la ex-presión técnica. Pero las líneas de
tornillos, sólidamente fi-jados en las junturas de las planchas, eran continuas y uniformes.
La luna desapareció en ese momento y nos sumió en una profunda oscuridad. Necesario era
esperar la llegada del día para considerar los medios de penetración en el interior del barco
submarino.
Así, pues, nuestra salvación dependía únicamente del ca-pricho de los misteriosos
tripulantes que dirigían el aparato. Si decidían sumergirse, estaríamos perdidos. Exceptuado
este caso, no dudaba yo de la posibilidad de entrar en rela-ción con ellos. Pues, en efecto,