Page 47 - veinte mil leguas de viaje submarino
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En efecto, mis pulmones se sentían ya obligados a multi-plicar sus inspiraciones para
                  extraer de la celda el escaso oxí-geno que contenía. De repente, me sentí refrescado por una
                  corriente de aire puro y perfumado de emanaciones salinas. Era la brisa del mar, vivificante
                  y cargada de yodo. Abrí am-pliamente la boca y mis pulmones se saturaron de frescas
                  moléculas. Al mismo tiempo, sentí un movimiento de ba-lanceo, de escasa intensidad, pero
                  perfectamente determi-nable. El barco, el monstruo de acero, acababa evidente-mente de
                  subir a la superficie del océano para respirar, al modo de las ballenas. La forma de
                  ventilación del barco que-daba, pues, perfectamente identificada.

                  Tras absorber a pleno pulmón el aire puro busqué el con-ducto, el aerífero que canalizaba
                  hasta nosotros el bienhechor efluvio y no tardé en encontrarlo. Por encima de la puerta se
                  abría un agujero de aireación que dejaba pasar una fresca columna de aire para la
                  renovación de la atmósfera de la cabina.

                  Me hallaba concentrado en esa observación cuando Ned y Conseil se despertaron casi al
                  mismo tiempo, bajo la in-fluencia de la revivificante aeración. Ambos se restregaron los
                  ojos, desperezaron los brazos y se pusieron en pie en un instante.

                   ¿Ha dormido bien el señor?  preguntó Conseil con su cortesía consuetudinaria.

                   Magníficamente  respondí . ¿Y usted, Ned?

                   Profundamente, señor profesor. Pero, si no me engano, me parece que estoy respirando la
                  brisa marina.

                  Un marino no podía engañarse. Conté al canadiense lo que había ocurrido durante su sueño.

                   Bien  dijo . Eso explica perfectamente los mugidos que oímos cuando el supuesto
                  narval se halló en presencia del Abraham Lincoln.

                   Así es, señor Land, era su respiración.

                   No tengo la menor idea de qué hora pueda ser, señor Aronnax. ¿No será la hora de la
                  cena?

                   ¿La hora de la cena? Debería decir la hora del almuerzo, pues con toda seguridad nuestra
                  última comida data de ayer.

                   Lo que demuestra -dijo Conseil  que hemos dormido por lo menos veinticuatro horas.

                  -Ésa es mi opinión -respondí.

                   No voy a contradecirle  manifestó Ned Land , pero cena o almuerzo, el steward sería
                  bienvenido, ya trajera una u otro.

                   Una y otro  corrigió Conseil.
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