Page 48 - veinte mil leguas de viaje submarino
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Justo  replicó el canadiense , pues tenemos derecho a dos comidas, y por mi parte haría
                  honor a ambas.

                   Pues bien, Ned, esperemos  respondí . Es evidente que estos desconocidos no tienen la
                  intención de dejarnos morir de hambre, ya que si así fuera no tendría sentido la comida de
                  ayer.

                   A menos que ese sentido sea el de cebarnos  replicó Ned.

                   ¡Protesto!  respondí . No hemos caído entre canibales.

                   Una golondrina no hace verano  dijo con seriedad el ca-nadiense . Quién sabe si esta
                  gente no estará privada desde hace mucho tiempo de carne fresca, y en ese caso, tres
                  hom-bres sanos y bien constituidos como el señor profesor, su do-méstico y yo...

                   Aleje de sí esas ideas, señor Land  respondí al arpone-ro , y, sobre todo, no se base en
                  ellas para encolerizarse con-tra nuestros huéspedes, lo que no haría más que agravar nuestra
                  situación.

                   En todo caso   dijo el arponero , tengo un hambre en-diablada, y ya sea la cena o el
                  almuerzo, no llega.

                   Señor Land  repliqué , hay que conformarse al regla-mento de a bordo, y supongo que
                  nuestros estómagos se adelantan a la campana del cocinero.

                   Pues bien, los pondremos en hora  dijo con tranquili-dad Conseil.

                   Sólo usted podría hablar así, amigo Conseil  replicó el irascible canadiense . Se ve que
                  usa usted poco su bilis y sus nervios. ¡Siempre tranquilo! Sería usted capaz de decir el Deo
                  gracias antes que el benedícite y de morir de hambre antes que de quejarse.

                   ¿De qué serviría?  dijo Conseil.

                   ¡Pues serviría para quejarse! Ya es algo. Y si estos piratas (y digo piratas por respeto y
                  por no contrariar al señor pro-fesor, que prohibe llamarles canibales) se figuran que van a
                  guardarme en esta jaula en la que me ahogo, sin oír las im-precaciones con que yo suelo
                  sazonar mis arrebatos, se equi-vocan de medio a medio. Veamos, sefíor Aronnax, hable con
                  franqueza, ¿cree usted que nos tendrán por mucho tiempo en esta jaula de hierro?

                   A decir verdad, sé tanto como usted, amigo Land.

                   Pero ¿qué es lo que usted supone?

                   Supongo que el azar nos ha hecho conocer un importan-te secreto. Y si la tripulación de
                  este barco submarino tiene interés en mantener ese secreto, y si ese interés es más
                  impor-tante que la vida de tres hombres, creo que nuestra existencia se halla gravemente
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