Page 162 - La Ilíada
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Telamonio: como en tierra noval dos negros bueyes tiran con igual ánimo del
               sólido arado, abundante sudor brota en torno de sus cuernos, y sólo los separa
               el pulimentado yugo mientras andan por los surcos para abrir el hondo seno de
               la tierra, así, tan cercanos el uno del otro, estaban los Ayantes. Al Telamonio
               seguíanle  muchos  y  valientes  hombres,  que  tomaban  su  escudo  cuando  la
               fatiga y el sudor llegaban a las rodillas del héroe. Mas al Oilíada, de corazón

               valiente, no le acompañaban los locrios, porque no podían sostener una lucha a
               pie firme: no llevaban broncíneos cascos, adornados con crines de caballo, ni
               tenían rodelas ni lanzas de fresno; habían ido a Ilio, confiando en sus arcos y
               en sus hondas de retorcida lana de oveja, y disparando a menudo destrozaban
               las falanges teucras. Aquéllos peleaban al frente con Héctor y los suyos; éstos,
               ocultos  detrás,  disparaban;  y  los  troyanos  apenas  pensaban  en  combatir,
               porque las flechas los ponían en desorden.


                   723 Entonces los troyanos hubieran vuelto en deplorable fuga de las naves
               y  tiendas  a  la  ventosa  Ilio,  si  Polidamante  no  se  hubiese  acercado  al  audaz
               Héctor para decirle:

                   726 —¡Héctor! Eres reacio en seguir los pareceres ajenos. Porque un dios
               te ha dado esa superioridad en las cosas de la guerra, ¿crees que aventajas a los
               demás en prudencia? No es posible que tú solo lo reúnas todo. La divinidad a

               uno le concede que sobresalga en las acciones bélicas, a otro en la danza, al de
               más allá en la cítara y el canto, y el largovidente Zeus pone en el pecho de
               algunos un espíritu prudente que aprovecha a gran número de hombres, salva
               las ciudades y lo aprecia particularmente quien lo posee. Pero voy a decir lo
               que considero más conveniente. Alrededor de ti arde la pelea por todas partes;
               pero de los magnánimos troyanos que pasaron la muralla, unos se han retirado
               con sus armas, y otros, dispersos por las naves, combaten con mayor número

               de hombres. Retrocede y llama a los más valientes caudillos para deliberar si
               nos conviene arrojarnos a las naves, de muchos bancos, por si un dios nos da
               la victoria, o alejarnos de ellas antes que seamos heridos. Temo que los aqueos
               se desquiten de lo de ayer, porque en las naves hay un varón incansable en la
               pelea, y me figuro que no se abstendrá de combatir.

                   748  Así  habló  Polidamante,  y  su  prudente  consejo  plugo  a  Héctor,  que

               saltó enseguida del carro a tierra, sin dejar las armas, y le dijo estas aladas
               palabras:

                   751 —¡Polidamante! Reúne tú a los más valientes caudillos, mientras voy
               a  la  otra  parte  de  la  batalla  y  vuelvo  tan  pronto  como  haya  dado  las
               convenientes órdenes.

                   754  Dijo;  y,  semejante  a  un  monte  cubierto  de  nieve,  partió  volando  y

               profiriendo gritos por entre los troyanos y sus auxiliares. Todos los caudillos
               se  encaminaron  hacia  el  bravo  Polidamante  Pantoida  así  que  oyeron  las
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