Page 159 - La Ilíada
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que Toón volvía pie atrás, arremetió contra él y le hirió: cortóle la vena que,
corriendo por el dorso, llega hasta el cuello, y el troyano cayó de espaldas en
el polvo y tendía los brazos a los compañeros queridos. Acudió Antíloco y le
quitó de los hombros la armadura, mirando a todos lados, mientras los
troyanos iban cercándole ya por éste, ya por aquel lado, e intentaban herirle;
mas el ancho y labrado escudo paró los golpes, y ni aun consiguieron rasguñar
la tierna piel del héroe con el cruel bronce, porque Poseidón, que bate la tierra,
defendió al hijo de Néstor contra los muchos tiros. Antíloco no se apartaba
nunca de los enemigos, sino que se agitaba en medio de ellos; su lanza, lamas
ociosa, siempre vibrante, se volvía a todas partes, y él pensaba en su mente si
la arrojaría a alguien, o acometería de cerca.
560 No se le ocultó a Adamante Asíada lo que Antíloco meditaba en medio
de la turba; y, acercándosele, le dio con el agudo bronce un bote en medio del
escudo; pero Poseidón, el de cerúlea cabellera, no permitió que quitara la vida
a Antíloco, a hizo vano el golpe rompiendo la lanza en dos partes, una de las
cuales quedó clavada en el escudo, como estaca consumida por el fuego, y la
otra cayó al suelo. Adamante retrocedió hacia el grupo de sus amigos, para
evitar la muerte; pero Meriones corrió tras él y arrojóle la lanza, que penetró
por entre el ombligo y las partes verendas, donde son muy peligrosas las
heridas que reciben en la guerra los míseros mortales. Allí, pues, se hundió la
lanza, y Adamante, cayendo encima de ella, se agitaba como un buey a quien
los pastores han atado en el monte con recias cuerdas y llevan contra su
voluntad; así aquél, al sentirse herido, se agitó algún tiempo, que no fue de
larga duración porque Meriones se le acercó, arrancóle la lanza del cuerpo y
las tinieblas velaron los ojos del guerrero.
576 Héleno dio a Deípiro un tajo en una sien con su gran espada tracia, y le
rompió el casco. Éste, sacudido por el golpe, cayó al suelo, y rodando fue a
parar a los pies de un guerrero aqueo que lo alzó de tierra. A Deípiro tenebrosa
noche le cubrió los ojos.
581 Gran pesar sintió por ello el Atrida Menelao, valiente en el combate; y,
blandiendo la aguda lanza, arremetió, amenazador, contra el héroe y príncipe
Héleno, quien, a su vez, armó el arco. Ambos fueron a encontrarse, deseosos
el uno de alcanzar al contrario con la aguda lanza, y el otro de herir a su
enemigo con una flecha arrojada por el arco. El Priámida dio con la saeta en el
pecho de Menelao, donde la coraza presentaba una concavidad; pero la cruel
flecha fue rechazada y voló a otra parte. Como en la espaciosa era saltan del
bieldo las negruzcas habas o los garbanzos al soplo sonoro del viento y al
impulso del aventador, de igual modo, la amarga flecha, repelida por la coraza
del glorioso Menelao, voló a lo lejos. Por su parte Menelao Atrida, valiente en
la pelea, hirió a Héleno en la mano en que llevaba el pulimentado arco: la
broncínea lanza atravesó la palma y penetró en el arco. Héleno retrocedió