Page 207 - La Ilíada
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suelta el cadáver y desampara estos sangrientos despojos; pues, en la reñida
               pelea, ninguno de los troyanos ni de los auxiliares ilustres envasó su lanza a
               Patroclo  antes  que  yo  lo  hiciera.  Déjame  alcanzar  inmensa  gloria  entre  los
               troyanos. No sea que, hiriéndote, te quite la dulce vida.

                   18 Respondióle muy indignado el rubio Menelao:

                   19 —¡Padre Zeus! No es bueno que nadie se vanaglorie con tanta soberbia.

               Ni la pantera, ni el león, ni el dañino jabalí que tienen gran ánimo en el pecho
               y  están  orgullosos  de  su  fuerza  se  presentan  tan  osados  como  los  hábiles
               lanceros hijos de Pántoo. Pero el fuerte Hiperenor, domador de caballos, no
               siguió  gozando  de  su  juventud  cuando  me  aguardó,  después  de  injuriarme
               diciendo que yo era el más cobarde de los guerreros dánaos, y no creo que
               haya  podido  volverse  con  sus  pies  para  regocijar  a  su  esposa  y  a  sus
               venerandos padres. Del mismo modo te quitaré la vida a ti, si osas afrontarme,
               y te aconsejo que vuelvas a tu ejército y no te pongas delante, pues el necio

               sólo conoce el mal cuando ya está hecho.

                   33 Así habló, sin persuadir a Euforbo, que contestó diciendo:

                   34 —Menelao, alumno de Zeus, ahora pagarás la muerte de mi hermano,
               de que canto te jactas. Dejaste viuda a su mujer en el reciente tálamo; causaste
               a  nuestros  padres  llanto  y  dolor  profundo.  Yo  conseguiría  que  aquellos

               infelices cesaran de llorar, si, llevándome tu cabeza y tus armas, las pusiera en
               las manos de Pántoo y de la divina Frontis. Pero no se diferirá mucho tiempo
               el combate, ni quedará sin decidir quién haya de ser el vencedor y quién el
               vencido.

                   43  Dicho  esto,  dio  un  bote  en  el  escudo  liso  del  Atrida,  pero  no  pudo
               romper el bronce, porque la punta se torció al chocar con el fuerte escudo. El
               Atrida Menelao acometió, a su vez, con la pica, orando al padre Zeus, y, al ir

               Euforbo a retroceder, se la clavó en la parte inferior de la garganta, empujó el
               asta con la robusta mano y la punta atravesó el delicado cuello. Euforbo cayó
               con  estrépito,  resonaron  sus  armas  y  se  mancharon  de  sangre  sus  cabellos,
               semejantes a los de las Gracias, y los rizos, que llevaba sujetos con anillos de
               oro  y  plata.  Cual  frondoso  olivo  que,  plantado  por  el  Labrador  en  un  lugar
               solitario donde abunda el agua, crece hermoso, es mecido por vientos de toda
               clase y se cubre de blancas flores; y, viniendo de repente el huracán, te arranca

               de la tierra y te tiende en el suelo; así el Atrida Menelao dio muerte a Euforbo,
               hijo de Pántoo y hábil lancero, y enseguida comenzó a quitarle la armadura.

                   61 Como un montaraz león, confiado en su fuerza, coge del rebaño que
               está  paciendo  la  mejor  vaca,  le  rompe  la  cerviz  con  Los  fuertes  dientes,  y,
               despedazándola, traga la sangre y todas las entrañas; y así los perros como los
               pastores gritan mucho a su alrededor, pero de lejos, sin atreverse a ir contra la

               fiera porque el pálido temor los domina, de la misma manera ninguno tuvo
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