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Nueve Mujeres: Liderazgos que Inspiran
Pero muy pronto las cosas se definirían. Fue en un viaje al extranjero, a Estados Unidos en 1993, al Valle de Sonora, en compañía de otros dos colegas. “Fuimos a visitar unas viñas llamadas Flowers Vineyard al lado del mar, y quedé helada, porque era ver Lo Abarca, con la diferencia que tenía excelentes caminos y lindas casas, pero, al igual que Lo Abarca, existía la misma atmósfera y cercanía del mar, tal como a mí me gustaba... y todo administrado por un grupo familiar y donde se producían vinos de clima frío. ‘Eso es lo que yo quiero para mí’, me dije. Ese sería mi modelo porque en Chile nadie lo estaba haciendo; por lo tanto sería una innovación pura. Esa visita a Estados Unidos fue clave, me ayudó mucho porque ya había elegido un lugar donde podría comprar para independizarme. Este viaje había reforzado mi opción”.
Ella seguía enamorada de Lo Abarca, un paisaje que llevaba en el inconsciente desde los 11 años y que tantas alegrías les había dado a ella y a su familia, aunque sabía que no podría usar el campo de su padre, porque carecía de agua y sin lluvias, en menos de seis meses las plantaciones estarían secas. Pero después de recorrer Flowers Vineyard comprendió que lo único que necesitaba era descubrir en los alrededores un predio con buenas condiciones hídricas donde plantar variedades blancas que se cultivan excelentemente bien en climas fríos, al lado del mar.
Estaba feliz, al fin las cosas se iban ordenando por sí mismas. Lamentablemente se sentía sola desde el punto de vista profesional. Quería haber realizado el proyecto de Flowers en compañía de los colegas con los que había viajado a Estados Unidos, pero aunque entusiasmados, estos tenían sus trabajos permanentes y no querían arriesgar.
Entonces comenzó a buscar un partner para este nuevo negocio. Sin querer ubicó a Andrés Schloss, un geólogo, que no sólo la acompañó en esta aventura comercial, sino que se transformó en su segundo marido y hoy día dirige la promoción de ventas en el mercado asiático y representa la marca en Estados Unidos e Inglaterra.
“Antes de comprar la viña, llevé a la zona al enólogo Pablo Morandé, el descubridor de Casablanca para los blancos, con quien fuimos compañeros de Universidad. No se negó a la idea, pero me dijo que esa área era muy fría, de muchos extremos, que había un exceso de humedad, demasiado cerca del mar, mucha neblina”, expresa.
No se dejó amedrentar, igual compró sus primeras 56 hectáreas a cuatro kilómetros del mar, pero con tan mala suerte que tampoco tenían agua, al igual que el predio de su padre. Pero no se dio por vencida, pese a que todos rechazaban su idea, incluso se burlaban, hasta los mismo lugareños, muchos de los cuales la conocían desde niña. Incluso en el ambiente del vino la calificaban de loca.
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