Page 154 - NUEVE MUJERES, LIDERAZGOS QUE INSPIRAN
P. 154

Nueve Mujeres: Liderazgos que Inspiran
  UN CARÁCTER DE ACERO
La bandera chilena ondeaba suavemente sobre el ataúd color habano del general Augusto Pinochet. Casi como si tuviera vida propia, tendía a deslizarse por los bordes del féretro, debido a las corriente de aire de diciembre en Santiago, inesperadas, agresivas y, para este caso, incómodas.
A lo lejos se escuchaba la voz algo burda, pero llena de fuego y pasión, de un joven, poco acostumbrado a hablar en público, que decía: “Conocí a un hombre que fue un ejemplo de soldado, con todo lo que ello implica; un hombre patriota, leal a su país y a su historia, dispuesto a sacrificarlo todo por el bien de la nación, sacrificar lo más querido por aquello que era su deber. A este hombre lo vi siempre sereno, raramente enojado, pero por sobre todas las cosas era muy cálido y natural. Con una sola mirada podía medir a una persona, y créame que esa mirada era muy particular. Quizá era esa simple mirada lo que lo convirtió en uno de los líderes más prominentes de su época, a nivel mundial. Un hombre que derrotó en plena guerra fría al modelo marxista (interrupción por aplausos), no mediante el voto, sino que derechamente por el medio armado. Sí, fue un hombre de temple especial, forjado...”.
Precisamente en ese instante, la única mujer ubicada en el sector reservado para las autoridades, entre los cuatro jefes de las Fuerzas Armadas y del Orden giraba bruscamente su cabeza hacia la derecha. No era, sin embargo, un gesto ni de incomodidad ni de nerviosismo. Era sólo el viento, un verdadero torbellino tibio que de pronto surgió de la nada y levantó, desde los lados, algunos mechones de su delgado pelo entre castaño claro y rubio ceniza, justo en uno de los momentos más dramáticos de la ceremonia. Reaccionó rápido y en décimas de segundos, al voltear la cabeza en dirección de la ráfaga, el mismo viento la volvió a peinar, después de lo cual continuó en la misma posición anterior, inmutable.
Un segundo movimiento, mientras Pinochet Molina seguía con su discurso, fue para inclinarse delicadamente hacia el comandante en jefe del Ejército de la época, general Óscar Izurieta, para decirle: “Usted sabe lo que tiene que hacer...”.
Desde el mismo instante en que su brillante auto azul blindado ingresó a la Escuela Militar, a las 10:37 de ese 11 de diciembre de 2006, hasta que se retiró a las 13:18, conservó la misma actitud: distante, desapegada, algo indiferente, pero
154



























































































   152   153   154   155   156