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Nueve Mujeres: Liderazgos que Inspiran
la forma de superarme y entender mis límites, desde chica. Las ayudantías me fueron empoderando de gran manera. La universidad me dio la oportunidad de ir dejando atrás mis propias ataduras, mis inseguridades, de salir de mi cascarón. Ya no tendría que seguir caminando escondida por la vida...”, indica.
Eligió estudiar ingeniería comercial en gran parte por la influencia de su padre, que era administrador, no como ella que optó por la economía. “Yo era muy cercana a mi papá en la forma de pensar. Es verdad que quería mucho a mi mamá, pero yo fui el hijo hombre que mi papá siempre quiso tener. Mi madre fue clave como punto de apoyo; representaba mi seguridad de niña. Fue la mujer más acogedora y cariñosa del mundo, no había persona que no la quisiera, en la que no hubiera dejado una huella afectiva. Cuando terminé mi carrera no sabía si trabajaría o simplemente me casaría y me dedicaría a cuidar a mis hijos. Cuando regresé del postnatal de María Inés, la segunda, se me volvió a plantear la duda y fue mi mamá la que me dijo: ‘Usted tiene que ir a trabajar’, pese a que el modelo que ella nos legó fue estar las 24 horas con nosotras. Mi madre me dejó esa fuerza, esa relación de uno a uno; el querer a los tuyos, no como tu propiedad, sino desde una perspectiva de cuidar de lejos y darle espacio a los hijos”.
Recuerda a su madre como poseedora de una fortaleza excepcional, al punto de que no tiene registros de haberla visto nunca fuera de control o desmoronada. “Estuvo dos veces en cama enferma en toda su vida; era una roca y mi papá, un roble. Los dos eran católicos y yo también, aunque yo soy una mala católica...no le pido mucho a Dios y a Jesús, porque siento que me han dado mucho”.
Si bien sus padres y familia fueron un gran ejemplo, esa rigidez emocional frente al sufrimiento y la debilidad fue generando en Rosanna Costa una cierta soledad, que se manifestó en un carácter algo melancólico. No se permitía llorar, ni quejarse ni reconocer el sufrimiento. Entonces su corazón optó por escribir poesía, tanto que en algún momento se acercó a la Sociedad de Escritores de Chile. Cuando comprendió que el gremio de autores tenía la intención de publicar las obras de las persona que formaban parte de la entidad, desistió, porque se dio cuenta de que aquello era su terapia particular, más que una vocación.
Afortunadamente, cuando llegaron sus hijos, la melancolía se esfumó y, por arte de magia, el amor maternal colmó todos sus espacios e iluminó sus oscuridades. Dejó de escribir, hasta el día de hoy, en que ya no le teme a la vida, ni al qué dirán. Lo único cierto es que, en algún momento, quiere dedicar más tiempo a su marido, a sus hijos y, algún día, a sus nietos.
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