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“Las aves que se van dejan parte de sus vidas en el recuerdo de sus nidos”.
Me tocó ser de la generación de la pandemia. Durante más de siete meses
me separaron de mis compañeros y amigos del colegio. Nostalgia, tristeza,
sentimientos encontrados marcaron estos meses de incertidumbre y melan-
colía. Tener la fortuna de estudiar en el Colegio San Ignacio marcó muy positi-
vamente mi vida y hoy afloran en mi mente recuerdos que desearía que jamás
se borraran, alegrías que no volverán enmarcaron los mejores años de mi vida.
Al Colegio San Ignacio, gratitud perenne, maravilloso lo que viví, amigos incon-
dicionales. Gracias a aquellos compañeros que, sin importar la situación, me
ayudaron a salir adelante. Junto a ellos, los directivos y profesores incondicio-
nales, llenos de sabiduría, paciencia y deseo de servicio, algunos para siempre
en el recuerdo: Julián Muñetón de Física, Jenny Obando de Sociales, Natalia
Godoy de Economía y política, ellos, y los demás que no menciono, para no
volverme cansón, marcaron mi existencia y aportaron en mi crecimiento
personal. A mis padres, que durante todo el proceso me guiaron, de la mejor
forma posible, ellos que aguantaron las citas constantes al colegio porque mi
comportamiento no era el mejor, por mis arrebatos de altanería ante algún
reclamo que me hacían por mi pasividad y ganas de no hacer nada, a ellos,
que fueron y serán la razón de este logro, gracias, mil y mil gracias. Y gracias
también a mis amigos y a los que no fueron muy cercanos. La primera escala
la subí de su mano, en las otras quiero tenerlos animando cada paso. Será
hasta muy pronto.