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umbrales de recintos sagrados.
—La pondría para que guardara la casa —reconoció Jairo.
—O para guardar algún secreto o tesoro—dijo Kira entusiasmada.
Kira se acercó a Bruno, que andaba enredado encima de las
cuatro baldosas que componían el dibujo de la esfinge, y se aga-
chó para retirar al perro y observar mejor la composi-
ción. Bruno, que seguía oliendo con su gran nariz,
retrocedió un poco las patas traseras y justo
se oyó un claro clic que repiqueteó como
una campana en mitad del zaguán.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Ro-
cío.
—Parece que Bruno ha soltado
una loseta —dijo Kira algo con-
fusa.
Efectivamente. Una de las
cuatro losetas del círculo con
la esfinge se había levanta-
do un dedo de la posición del
suelo. Kira apartó a Bruno,
que seguía olisqueando, a la
vez que aullaba. Y con una de
las patas delanteras intenta-
ba levantar la baldosa que se
había desprendido de las
demás.
—¡Bruno, aparta la trufa de
ahí! —le reprendió la niña, que
intentaba apartar al perro para
que no hiciera más estragos.
—¡Oh, no! Se ha desplazado una.
Rocío ya estaba junto a la niña, mientras
Jairo se hacía cargo del perro. La restaura-
dora levantó con mucho cuidado la baldosa y
pudieron apreciar una especie de cápsula tempo-
ral en la que se encontraba una caja de lata de 1930.
—Tiene una inscripción —dijo Kira—. Gran Fábrica de dulce y
jalea de membrillo, Vidal Moriana. Casariche, Sevilla, España —
En el centro de la caja había una fotografía de la Plaza de España
de Sevilla.