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comestible o no, solo no la comíamos. Me encantaba ir a explorar,



                  conocer  nuevos  lugares  y  estar  entre  la  magia  que  desprende  las



                  montañas de mi pequeño paraíso.  Algunos días organizábamos con


                  Jorge, David, Chiqui, Luis Fernando, mi hermano Juan y Astrid



                  unas caminatas a la Honda, un chaco que quedaba en la vereda San



                  Ignacio, después que salíamos del colegio salíamos a nuestra aventura.



                  Eran más de dos horas caminando, cuando llegábamos a ese hermoso



                  lugar nos metíamos un chapuzón y de vuelta a casa. Mis hermanos y



                  yo teníamos que llegar antes de las 5 de la tarde, esa era la hora en la que


                  mis papás llegaban a casa, esto era porque siempre tenía que ser al



                  escondido, en algunas ocasiones llegábamos con algunos minutos ante



                  de las 5pm, cogiamos todo el reblujo y lo echábamos debajo de la cama,



                  mientras los otros lavaban los platos y se inventaban que hacer de cenar;



                  era  todo  un  aventura  para  librarnos  de  una  pela.  Tras  aquellas


                  caminatas mi amor hacia la naturaleza se hizo enorme, me dolía bastante



                  cuando nos encontrábamos botellas, restos de empaques, fogatas mal



                  apagadas; esto me rompía el corazón. En varias ocasiones realizamos
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