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Y por eso insisto en que para nada es malo, con todos los elementos posibles, ayudarnos a disminuir los síntomas asociados al proceso; lo malo, lo negativo, es hacerlo evitándonos entender y trabajar lo que nos llevó a el.
Pero volviendo nuevamente a la cultura oriental; allí valoran el sufrimiento por el papel vital de fortalecimiento que juega en la vida de las personas. Por la forma como le permite crecer y ubicarse ante la vida. Sobretodo entendiendo y aceptando el sentido de la realidad. Del que siempre nos quieren apartar.
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Cuando todo va bien en nuestra vida, es difícil, (por no decir que nunca lo hacemos), detenernos a cuestionar posibles dificultades y procesos dolorosos que puedan surgir (o que surgen y los pasamos por alto) durante el camino. Mucho menos nos ponemos a trabajar en como manejar y aprender de esas dificultades que aparecen. Siempre las queremos olvidar y no enfrentar. Peor aún, muchas personas se quedan rumiándolas toda la vida o responsabilizando a los demás, en lugar de enfocarse en lo nuevo, mejorando su comportamiento, basado en esa experiencia.
Pero atención, una situación difícil siempre se puede convertir en un amigo extremadamente poderoso. Sin que lo sepamos, se convierte en una guía que suele obligarnos a salir de nuestro estado inconsciente, haciéndonos reflexionar sobre nuestras experiencias, para así aprovecharlas mejorando el proceso que se está viviendo. Un modelo que permite evitar la situación antes de que, nuevamente, ocurra, y así, esa experiencia nos impulse a aprovecharla cuando pueda suceder algo similar nuevamente.
Si deseamos beneficiarnos al máximo de estas experiencias desaprovechadas, dolorosas para muchos, tenemos que ser capaces de aguantar y manejar esa tormenta y todas las tormentas grandes, pequeñas, largas o cortas, que aparecerán en nuestra vida.
En Colombia, donde vivo actualmente, existe un dicho o sentencia que dice
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