Page 184 - Cementerio de animales
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               Ellie cumplió seis años. El día de su cumpleaños, volvió de la escuela con un
           sombrero de papel ladeado, varios retratos dibujados por sus compañeros (en el mejor

           de los cuales EÍlie parecía un espantapájaros risueño) y terribles relatos de caídas en
           el  patio  durante  el  recreo.  La  epidemia  de  gripe  pasó.  Tuvieron  que  enviar  a  dos
           estudiantes al Centro Médico de Bangor, y Surrendra Hardu probablemente le salvó

           la vida a un estudiante de primero que se llamaba nada menos que Peter Humperton y
           cayó  gravemente  enfermo,  con  convulsiones,  poco  después  de  ingresar.  Rachel  se

           prendó del rubio repartidor del supermercado A & P de Brewer y una noche estuvo
           ponderando a Louis lo relleno que tenía el pantalón vaquero. «Tal vez sea sólo papel
           higiénico»  —agregó—.  «Pues  pellízcale  —propuso  Louis—.  Si  grita,  es  todo
           auténtico.»  Rachel  lloró  de  risa.  Pasó  febrero,  azul,  quieto  y  con  temperaturas  de

           muchos grados bajo cero y llegó marzo, con sus heladas y lluvias alternativas, los
           hoyos en el hielo y las señales anaranjadas en la carretera en homenaje al dios del

           PATINAZO. El dolor lacerante y angustioso de Jud Crandall fue mitigándose. Es el
           dolor que, según los psicólogos, empieza a los tres días de la muerte del ser querido y,
           en  la  mayor  parte  de  los  casos,  dura  seis  semanas,  como  ese  período  que  los
           habitantes de Nueva Inglaterra llaman «lo más crudo del invierno». Pero el tiempo

           pasa, encargándose de soldar entre sí los distintos estados de ánimo como una especie
           de arco iris. La pena aguda va haciéndose más roma, se convierte en añoranza y la

           añoranza, en recuerdo… Es un proceso que puede durar entre seis meses y tres años y
           aún quedar dentro de lo normal. Llegó el día del primer corte de pelo de Gage, y
           cuando Louis advirtió que a su hijo empezaba a oscurecérsele el cabello bromeó, pero
           lo sintió, aunque no lo manifestara.

               Llegó la primavera y se quedó algún tiempo.

































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