Page 188 - Cementerio de animales
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Louis dio dos vueltas alrededor de la mano de Gage con el hilo y entonces sí que
           el pequeño bajó la mirada con un gracioso gesto de perplejidad al sentir el tirón.
               —¡Oh!

               —Ahora la haces volar tú —dijo Louis—. Tú mandas, compañero. Es tu cometa.
               —¿Gage  hace  volar?  —preguntó  él.  Aunque  más  que  a  su  padre  parecía
           preguntárselo a sí mismo. Tiró del hilo para probar y la cometa osciló al viento. Dio

           otro tirón más fuerte y el buitre hizo una pirueta. Louis y su hijo rieron al unísono.
           Gage extendió la mano libre y Louis se la tomó. Y así se quedaron, en medio del
           campo de Mrs. Vinton, mirando al buitre.

               Fue un momento que Louis nunca olvidaría. Si cuando era niño se alzaba hasta la
           cometa,  ahora  sintió  que  se  fundía  con  Gage,  su  hijo.  Le  pareció  que  se  achicaba
           hasta caber dentro del pequeño cuerpo de Gage y que podía mirar por los ojos del

           niño aquel mundo inmenso y luminoso, un mundo en el que el campo de Mrs. Vinton
           era  casi  tan  grande  como  las  salinas  de  Bonneville,  en  el  que  la  cometa  volaba  a

           kilómetros de altura, mientras el hilo le temblaba en la mano como si estuviera vivo y
           el viento le despeinaba.
               —¡Vuela,  cometa!  —gritó  Gage  mirando  a  su  padre,  y  Louis  le  rodeó  los
           hombros con el brazo le dio un beso en la mejilla encendida por el viento.

               —Te quiero mucho, Gage —dijo. Al fin y al cabo, quedaría entre los dos, y nadie
           podía decir nada.

               Y  Gage,  a  quien  quedaban  menos  de  dos  meses  de  vida,  reía  con  estrépito  y
           alborozo.
               —¡Vuela la cometa! ¡Vuela la cometa, papi!




                                                            * * *


               Aún estaba la cometa en el aire cuando Rachel y Ellie volvieron a casa. Tan alta

           la tenían que casi se les había acabado el hilo y al buitre no se le veía la cara; era una
           pequeña silueta negra en el cielo.

               Louis se alegró de verlas y soltó una carcajada cuando Ellie dejó escapar el hilo y
           lo  persiguió  entre  la  hierba,  atrapándolo  en  el  momento  en  que  el  ovillo  iba  a
           devanarse  del  todo,  dando  tumbos  por  el  suelo.  Pero  la  presencia  de  ellas  dos
           cambiaba un poco las cosas, y Louis no lamentó mucho entrar en casa cuando, al

           cabo de veinte minutos, Rachel dijo que le parecía que Gage ya tenía bastante viento
           y que podía resfriarse.

               Así  que  hubo  que  recoger  el  hilo  y  la  cometa  fue  bajando.  A  cada  vuelta  del
           ovillo, pugnaba por volver al cielo, hasta que al fin se rindió. Louis se llevó debajo
           del brazo a aquel enorme pajarraco de los ojos saltones y volvió a guardarlo en el
           armario del garaje. Aquella noche, Gage tomó una cena enorme, a base de perros




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