Page 157 - El Misterio de Salem's Lot
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Me encontraba agotado. Dios, qué agotado. Entonces seguí durmiendo. Dormí hasta...
           creo que hasta las cuatro o las cinco. —Soltó una risita—. Cuando desperté estaba
           cubierto de hojas, pero me sentía un poco mejor. Me levanté y volví al camión. —Se

           pasó la mano por la cara—. Sin embargo, el domingo por la noche debí terminar el
           trabajo del niño de los Glick. Es raro. Ni siquiera me acuerdo.
               —¿Terminarlo?

               —Con Royal o sin él, la tumba estaba cubierta. La tierra alisada y todo. Un buen
           trabajo.
               No recuerdo haberlo hecho. Sin duda estaba realmente enfermo.

               —¿Dónde pasaste la noche del lunes?
               —En casa. ¿Dónde si no?
               —Y cómo te sentías el martes por la mañana?

               —El martes seguí durmiendo todo el día. No desperté hasta la noche.
               —¿Cómo te sentías?

               —Fatal. Las piernas parecían de goma. Cuando quise tomar un vaso de agua, casi
           me caí. Tuve que ir a la cocina apoyándome en los muebles. Débil como un garito. —
           Frunció  el  entrecejo—.  Tenía  una  lata  de  guisado  para  la  cena...  uno  de  esos  de
           legumbres, sabe... pero no pude comer. Era como si con sólo mirarlo se me revolviera

           el estómago. Como cuando uno tiene una resaca espantosa y le ofrecen comida.
               —¿No comiste nada?

               —Intenté  hacerlo  pero  vomité.  Sin  embargo,  me  sentí  un  poco  mejor.  Salí  y
           caminé un rato. Después me volví a acostar. —Sus dedos recorrían las. viejas marcas
           que había sobre la mesa—. Tuve miedo antes de acostarme, como un chico que se
           asusta  de  la  oscuridad.  Recorrí  toda  la  casa,  asegurándome  de  que  las  ventanas

           estuvieran con el cerrojo corrido. Y me dormí con las luces encendidas.
               —¿Y ayer por la mañana?

               —¿Eh? No... no desperté hasta anoche a las nueve. —Rió—. Pensé que si seguía
           así me pasaría todo el día durmiendo. Y eso es lo que uno hace cuando está muerto.
               Matt le observaba. Floyd Tibbits se levantó, insertó una moneda de veinticinco
           centavos en el tocadiscos y empezó a seleccionar canciones. El bar se llenó de música

           pegajosa.
               —Lo  raro  —siguió  Mike—  es  que  la  ventana  de  mi  dormitorio  estaba  abierta

           cuando  me  levanté.  Tuve  un  sueño...  alguien  llamaba  a  la  ventana  y  yo  me
           levantaba... me levantaba para dejarle entrar. Como cuando uno se levanta para hacer
           pasar a un viejo amigo que tiene frío o hambre.

               —¿Quién era?
               —No era más que un sueño, señor Burke.
               —Pero en el sueño, ¿quién era?

               —No lo sé. Otra vez intenté comer, pero la sola idea me hizo sentir mal.




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