Page 200 - El Misterio de Salem's Lot
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se acostó.
Siempre la cerraba.
La cuna estaba vacía.
—¿Randy? —susurró.
Después lo vio.
El cuerpecillo, vestido todavía con su pijama desteñido por los lavados, yacía
arrojado en un rincón como si fuera un desperdicio. Una de las piernas se elevaba,
grotesca, como un signo de admiración invertido.
—¡Randy!
Se precipitó junto al cuerpo, desfigurado el rostro por las ásperas líneas del
espanto, y tomó en brazos al niño.
—Randy, pequeño mío, despiértate. Randy, vamos, despiértate...
Las magulladuras habían desaparecido. Durante la noche se habían borrado,
dejando impecables la carita y el cuerpo. Randy tenía buen color. Por primera vez
desde su nacimiento la madre lo encontró hermoso, y la visión de esa belleza le hizo
lanzar un alarido horrible y desolado.
—¡Randy! ¡Despierta! ¿Randy?
Se levantó con el bebé en brazos y corrió por el pasillo, mientras la bata se le
resbalaba del hombro. La sillita alta seguía en la cocina, con la bandeja salpicada de
pegotes de la comida de Randy la noche anterior. Deslizó al niño en la silla, bañada
por un rayo de luz matinal. La cabeza de Randy pendió sobre el pecho y el cuerpo se
deslizó hacia un lado con una lentitud terrible, hasta quedar encajado en el ángulo que
formaba la bandeja con un brazo de la silla.
—¿Randy? —le sonrió su madre, desorbitados los ojos hasta convertirse en
bolitas de vidrio azul jaspeado, y le palmeó las mejillas—. Despierta ya, Randy, que
hay que desayunar. ¿No tienes hambre? Por favor, oh Dios, por favor...
Se apartó de él para abrir de golpe uno de los armarios de la cocina y rebuscó
apresuradamente en su interior, derribando un paquete de arroz, una lata de raviolis y
una botella de aceite, que se hizo trizas, desparramando el denso líquido por el
fregadero y el suelo. Encontró un envase de crema de chocolate y cogió una
cucharilla de plástico.
—Mira, Randy. Tu favorita. Despierta y mira qué crema tan buena. Chocolate,
Randy. Choco, chocolate. —La cólera y el terror la inundaron oscuramente—.
¡Despierta de una puta vez! —vociferó, y gotas de saliva perlaron la piel traslúcida de
la frente y las mejillas de Randy—. ¡Despierta, mocoso de mierda, despierta!
Quitó la tapa del envase y llenó la cuchara con crema de chocolate. Su mano, que
ya sabía la verdad, temblaba de tal manera que la derramó casi toda. Embutió lo que
quedaba en el interior de la boquita inerte, y algo más se derramó sobre la bandeja,
con un tétrico chasquido. La cuchara chocó contra los dientecillos.
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