Page 202 - El Misterio de Salem's Lot
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consistido en ponerse á limpiar la casa de punta a punta, con una dedicación
maniática que no dejaba lugar para ningún otro pensamiento. A lo largo de los días,
resonaban los golpes de los cubos de limpieza y el zumbido de la aspiradora, y el aire
estaba siempre impregnado del olor áspero del amoníaco y los desinfectantes. Margie
había llevado toda la ropa y los juguetes de los niños, pulcramente empaquetados, al
Ejercito de Salvación y a la feria de beneficencia. El jueves por la mañana, cuando
Tony salió del dormitorio, todas esas cajas estaban alineadas junto a la puerta
principal, cada una con una pulcra etiqueta. Tony jamás había visto nada tan horrible
como esas cajas silenciosas. Margie había sacado todas las alfombras al patio del
fondo, las había colgado en las cuerdas para secar ropa y las había sacudido
despiadadamente. Y hasta para la opaca semiconciencia de Tony era evidente lo
pálida que estaba desde el martes o el miércoles; parecía que hasta los labios hubieran
perdido Su color natural, y debajo de los ojos se le insinuaban sombras oscuras.
Todo eso pasó por la mente de Tony en menos tiempo del que se tarda en
contarlo, y estaba a punto de volver a tumbarse en la cama cuando oyó que ella volvía
a desplomarse; esta ves no contesto a su llamada.
Cuando él se levantó y fue hacia la sala, la vio tendida en el suelo; su respiración
era superficial y tenía los ojos aturdidos, vagamente fijos en el espacio. Había
comenzado a cambiar la disposición de los muebles, y todos estaban fuera de su sitio,
con k> que la habitación tenía un aspecto extraño, como descoyuntado.
Fuera lo que fuese lo que le pasaba, su mal había empeorado durante la noche, y
su aspecto era tan terrible que desconcertó a su marido. Margie seguía todavía
envuelta en su bata, que al caer se le había abierto hasta medio muslo. Tenía las
piernas de un color marmóreo en el que nada quedaba del hermoso bronceado de las
vacaciones de verano. Sus manos se movían espasmódicamente. Respiraba con la
boca entreabierta, como si le faltara el aire y a Tony le pareció ver una extraña
prominencia en los dientes, pero no le dio importancia.
—¿Margie, cariño?
Su mujer trató de contestar y no pudo. Presa del pánico, Tony se levantó para
llamar al medico.
—No... —balbuceó ella cuando él ya llegaba al teléfono, y repitió la palabra
después de haber aspirado con audible esfuerzo—. No. —Había conseguido sentarse
trabajosamente, y el soleado silencio de la casa se interrumpía con el dificultoso
jadeo de su respiración—. Llévame... sácame... el sol da con tanta fuerza...
Tony, al levantarla, se quedó atónito ante la liviandad de su peso. Su mujer no
parecía pesar más que una brazada de paja.
—... sofá...
Allí la depositó, con la espalda recostada contra el apoyabrazos. Al quedar fuera
del haz de sol que entraba por la ventana para dibujar un cuadrado sobre la alfombra,
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