Page 218 - El Misterio de Salem's Lot
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—Un amigo que ve mucho, señor Bryant.
               La forma salió de las sombras. A la débil luz, Corey vio un hombre de mediana
           edad con bigote negro y brillantes ojos hundidos.

               —Le han tratado a usted mal, señor Bryant.
               —¿Qué sabe usted de mis cosas?
               —Es mucho lo que se. Saber es mi oficio; ¿Fuma?

               —Sí.—Corey aceptó con agradecimiento el cigarrillo que le ofrecían.
               El extraño encendió una cerilla, y a la luz de la llama pudo ver que el hombre
           tenía  pómulos  salientes,  eslavos,  la  frente  pálida  y  huesuda,  y  que  su  pelo  negro

           estaba peinado hacia atrás. Después la cerilla se apagó y el humo penetró, áspero, en
           sus pulmones. Era un cigarrillo barato, pero era mejor que nada. Empezó a sosegarse.
               —¿Quién es usted? —volvió a preguntar.

               El extraño soltó una risa sorprendentemente gutural que se disipó en la leve brisa
           lo mismo que el humo del cigarrillo de Corey.

               —¡Nombres!  —exclamó  su  interlocutor—.  ¡Oh,  los  norteamericanos  y  su
           insistencia  en  los  nombres!  ¡Permítame  que  le  venda  un  coche,  soy  Bill  Smith!
           ¡Cómase  esto!  ¡Vea  aquello  por  televisión!  Mi  nombre  es  Barlow,  por  si  eso  le
           tranquiliza. —Y volvió a soltar la risa, mientras sus ojos brillantes pestañeaban.

               Corey sintió que una sonrisa se deslizaba también hasta sus labios, y apenas si
           pudo creerlo. Sus problemas parecían distantes, sin importancia, en comparación con

           el desdeñoso buen humor de aquellos ojos oscuros.
               —Es extranjero, ¿verdad? —le preguntó.
               —Soy  de  muchas  tierras;  pero  para  mí  este  país...  este  pueblo...  es  como  si
           estuviera lleno de extranjeros. ¿Comprende usted? ¿Eh? —Otra vez estalló en aquella

           risa gutural.
               Y esta vez Corey se encontró riendo también. La risa se le escapó de la garganta

           como un croar disonante.
               —Extranjeros,  sí  —continuó  el  otro—,  pero  hermosos  extranjeros,  de  sangre
           caliente, emprendedores y llenos de vida. ¿Sabe usted qué hermosa es la gente de su
           país y de su pueblo, señor Bryant?

               Corey apenas pudo emitir una risita, pero no apartó los ojos de la cara del extraño,
           que le había fascinado.

               —El  pueblo  de  este  país  jamás  ha  sabido  lo  que  es  hambre  o  necesidad.  Han
           pasado  dos  generaciones  desde  que  conocieron  algo  que  se  le  pareciera,  e  incluso
           entonces fue breve y circunstancial. Creen haber conocido la tristeza, pero su tristeza

           es la de un niño a quien en una fiesta de cumpleaños se le cae al suelo el helado. No
           hay... ¿cómo se dice en su idioma...?, flaqueza en ellos. Derraman vigorosamente la
           sangre de su prójimo. ¿No lo cree usted? ¿No lo ve?

               —Sí —asintió Corey.




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