Page 70 - La iglesia
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—Cuando dice de estilo barroco, ¿quiere decir que imita el estilo o que es
realmente antigua? —se interesó Ernesto.
—Segunda mitad del siglo XVII, principios del XVIII, diría yo. Tiene el
estilo de las tallas del maestro Francisco Ruiz Gijón, ¿le conocen? —Todos
negaron con la cabeza, incluida Marisol, que atendía a Perea con sus cinco
sentidos—. Es uno de los mejores imagineros sevillanos del barroco. Seguro
que alguna vez han visto al Cristo de la Expiración, más conocido como El
Cachorro.
Los sacerdotes hicieron un gesto asertivo. Juan Antonio guardó silencio.
Su único interés por la Semana Santa eran los días de vacaciones, huir de las
procesiones y atiborrarse a torrijas. Perea continuó inspeccionando la talla,
agachándose y poniéndose de puntillas cuando su examen así lo requería. La
imagen del crucificado parecía seguir sus movimientos desde lo alto con
aquella expresión de rencor en su mirada. Juan Antonio se dijo que, por
mucho valor artístico que tuviera, aquella talla era en extremo inquietante.
Perea se retiró unos pasos y se acarició la barbilla.
—Ruiz Gijón tuvo un taller en el que trabajaron varios imagineros;
algunos de ellos realizaron tallas formidables. Esta podría ser una de ellas. De
hecho, podría ser de Ignacio de Guzmán.
—¿Ignacio de Guzmán? —preguntó Juan Antonio; primera vez que oía el
nombre—. ¿Quién es?
—Trabajó en el taller de Ruiz Gijón, aunque se sabe muy poco de él. De
hecho, hay quien afirma que las historias que se cuentan de él no son más que
leyendas.
—¿Leyendas? —repitió el padre Félix.
—Se cuenta que Ignacio de Guzmán talló algunas imágenes que no
gustaron mucho a la Iglesia de aquel entonces. Al parecer, tuvo problemas
con la Inquisición y su obra fue destruida al ser considerada blasfema. No sé
mucho más, pero esta talla es lo bastante siniestra para haber sido esculpida
por él.
Juan Antonio palmeó dos veces el bolso que llevaba en bandolera.
—Aquí tengo una tablet. ¿Y si lo buscamos en Google?
Los ojos de Perea centellearon de alegría.
—Sería formidable.
—No hay cobertura en toda la iglesia —advirtió el padre Félix—. Habrá
que salir fuera.
Juan Antonio asintió y se dispuso a abandonar la cripta. Un tirón de
Marisol le hizo detenerse.
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